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Actualizado: 20 de junio de 2025


En la vasera, convertida en altar, entre dos candelabros con las velas encendidas, el cuadrito de San Luis Gonzaga, el santo angelical, ofreciendo de rodillas, ante la Reina de los Cielos, lisada corona, la vida y el alma. Enfrente el retrato del abuelito, el abuelo que muy grave y seriote parecía desarrugar el adusto ceño para sonreir a su nieto.

Viéndose todos en tales términos, que D. Alvaro había desamparado el fuerte, y con determinación, según se entendía, de no volver más á él, habiendo tanta falta de agua, que de lo demás tenían bastimento para muchos días, sabiendo que fuera, en el caballero de Gonzaga, se hallaba el capitán D. Juan de Castilla con su compañía, que ninguna otra cosa había quedado fuera del castillo, y tenía consigo las compañías del capitán Juan de Funes y del capitán Olivera y Ortiz, el cual había muerto un día antes, las cuales compañías estaban señaladas para la guardia del dicho caballero y batería, que todo estaba abierto y llano, y estas compañías con la mayor parte destos oficiales y todos los soldados se hallaban allí para su defensa, y no llegaban á 80 hombres; demás destos tenían orden de socorrellos cuando fuera menester, el capitán siciliano Jorge Siciliano y otro capitán milanés que se llamaba Juan Paulo, y era izquierdo; todos eran buenos capitanes y valientes, y se hallaron con el dicho capitán D. Juan de Castilla, entrambos con hasta 30 soldados de los suyos y un lugarteniente de alemanes de la guardia de D. Alvaro de Sande, con otros 30 soldados tudescos.

Y paresciendo que pues aquella isla se habia subjetado y atraído á la devoción de V. M., era bien de procurar de conservarla, y convenía hacerlo por lo mucho que importaba á la quietud de los reinos de Sicilia y Nápoles y navegación de ellos, por ser aquella isla tan vecina á ellos, donde se recogían muchos cosarios, así á vituallarse como á repararse é hacer navíos y invernar en ella y vender las presas que en los dichos reinos y costa de Italia hacían, que para esto era bien hacer un fuerte competente donde se pudiese meter guarnición de gente y artillería, porque habiéndole se quitaría la frecuentación de los cosarios y disturbaría mucho la contratación y paso de los turcos que pasan á Argel é poniente y se ponía la isla en perpetua subjeción, y podría servir de escala y de casa de munición para las empresas que en África se quisieran hacer, é para los navíos que quisiesen andar en corso contra turcos, y que el mejor sitio y parte donde se podía hacer era donde estaba el castillo, incorporándole en él, porque no se quería comenzar obra que pudiese disturbar á que, con el primer tiempo y llegado de Sicilia las vituallas y gente que se esperaba, no se pudiese partir el armada á Trípol, sino dejase la obra imperfecta; y porque la comodidad del castillo y haber en él lugar para poder meter vituallas y municiones y dos cisternas, y cerca tierra, leinmo, fajina y arena para poder edificar, hacían fácil é breve el edificarse el fuerte, é también parescía más conveniente hacerle allí que en otra parte, por ser el medio de la isla y donde los moros hacen sus mercados, contractaciones y ferias, é porque de más desto, en cualquier otra parte que se quisiera hacer era menester mucho tiempo, por no tener tan á mano los materiales, é por ser necesario hacer, allende de la fortificación, magacenes para las vituallas y municiones; y si se quisiera hacer en la Cántara, donde algunos dicen que se había de hacer, por haber agua, había en ello la dilación de tiempo que era contra lo que se tenia determinado, y quedaba subjeta la plaza á ser batida por mar, por haber en aquella parte mucho fondo, lo que aseguraba el castillo, que por ser secanos no se puede acostar armada á tiro de cañón, aunque por una canal estrecha pueden llegar fustas y galeotas é otros navíos mercantiles; ansí que, movidos destas cosas, se determinó que se hiciese allí el fuerte, y D. Sancho de Leyva tomó á su cargo el ir con Antonio Conde, ingeniero, y el Capitán general de la artillería Bernaldo de Aldana á designiar el fuerte, y ansí lo hizo, y por su disiño se comenzó á fortificar, tomando Juan Andrea Doria á cargo fortificar él un bestión con la gente de Quiroco Espínola, y de levantar otro se encargó el gran Comendador Jegieres con la gente de la Religión, y el Duque con la infantería española de otro, y el cuarto tomó á cargo Andrea Gonzaga con la infantería italiana de Lombardía, é yo le tuve de solicitar é ayudar á los unos y á los otros; y estando la fortificación en buen término, fué nueva que el turco enviaba armada para socorrer á Trípol, por la instancia que Luchaly había hecho, el cual le había ido á pedir, según dicen, en los dos navíos que arriba digo que se dejaron en la Cántara; y como de muchas partes se confirmase la venida de la dicha armada y el Duque, desesperando el poder hacer la empresa de Trípol é por desembarazarse de allí hizo dar gran prisa á la fortificación del fuerte, el cual fué en defensa el día de San Marcos, y de aquel día en adelante no se ocupó en trabajar más gente de la que allí había el Duque determinado que quedase.

Lo más de entorno del fuerte, que era piedra, que á 200 ni 300 pasos no se podía hacer trinchea. Cuando llegaban á estas partes, la hacían de noche con tierra y fajina. Era cosa de admiración la solicitud y atrevimiento que tenían en arriscarse á trabajar donde tantos morían. Este turrión que comenzaron á levantar descubría todo el caballero de Gonzaga.

Estaban allí los tercios españoles mandados por Gonzaga, los alemanes regidos por el duque de Alba, los italianos acaudillados por Colonna, doscientos caballeros de Malta, a cuyo frente marchaba el comendador don Príamo Febrer, el héroe de la familia, y toda la flota navegaba bajo la dirección del gran marino Andrés Doria.

Y como los turcos hobieron asegurado un poco á los del fuerte, mostrándoles buen rostro y el semblante alegre, de allí á dos horas, al poner el sol, estando todos bien descuidados desto, arremetieron por todas partes y sin mucha resistencia entraron dentro y encomenzaron á matar á cuantos hallaron en aquella primera furia, y así murieron muchos, especialmente aquéllos que estaban enfermos y heridos, y la mayor parte de aquéllos se hallaron en el caballero del señor Andrea Gonzaga, porque no se querían rendir sino peleando, se defendían cuanto podían, y así los que escaparon con la vida, fueron tomados con sus armas defendiéndose, y éstos fueron los que estaban bien armados, y así acabaron todos muy honrosamente, como valientes y esforzados capitanes y soldados.

El 21 de junio de 1832, Fernando VII, arrastrando los pies más por la gota que por los años, y María Cristina, en todo el apogeo de su lozanía y su belleza, sacaban de pila en la colegiata e iglesia parroquial de la Santísima Trinidad, del Real Sitio de San Ildefonso, a un niño que se llamó Fernando, Cristián, Robustiano, Carlos, Luis Gonzaga, Alfonso de la Santísima Trinidad, Anacleto, Vicente.

Eso le escribí yo... Y le envié la Vida de san Estanislao y una estampita de san Luis de Gonzaga... Pero me contestó que él era muy desgraciado y tenía que hacer en el mundo una cosa muy grande, muy grande... Yo no lo que será...

La una de ellas era dentro del caballero de Su Excelencia y la otra en el caballero del señor Andrea Gonzaga, y con todo esto los turcos aún no osaban dar el asalto.

Levantóse, pues, de un salto al primer toque de la campana, lavóse sin derramar una gota de agua, y sin otro percance que el meter un pie en el orinal y hacerlo añicos, sin intención deliberada, por supuesto, púsose en formación muy derechito, entró en la capilla y oyó misa lo mismo que un san Luis Gonzaga.

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