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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Confesaba que al principio no había pensado más que en el amor vulgar; pero ahora, al sondar los inefables misterios que encerraba el alma de la generala, al comprender que su corazón estaba virgen y puro, al adivinar en ella un ser superior, todos sus groseros pensamientos se habían apartado como lava impura; sólo quedaba el oro sin mezcla de una pasión grande y elevada.
No haga caso de lo que pudiera decirle esa generala; está medio loca. Me agrada usted, y quiero convertirla en algo de provecho; pero acuérdese de que las que no están conmigo están contra mí... LA MARQUESA. Es usted inteligente y triunfará... ¡Hasta ahora, hija mía...! Alarga a Sita un manojo de huesos y se marcha. VERA. ¡Vamos! ¿Qué le parece a usted...?
Ahora la mirada del príncipe era de piedad. «Está loco», parecían decir sus pupilas. Esta tarde, mi orquesta continuó me ha hecho conocer una nueva sinfonía, algo que no había oído nunca. Mientras ganaba dinero, no pensé una sola vez en mí. Nada de palacios, ni de yates, ni de fiestas. Pensaba únicamente en «la Generala», y pensaba con verdadero odio, deseando vengarme de ella.
Suena la generala en La Rioja, y los ciudadanos salen a las calles armados al rumor de alarma. Facundo, que ha hecho tocar a generala para divertirse, forma a los vecinos en la plaza a las once de la noche, despide de las filas a la plebe, y deja sólo a los vecinos padres de familia acomodados, a los jóvenes que aún conservan visos de cultura.
¡Tan lejos! continuó Alicia, cada vez con más serenidad, como si hubiese despertado definitivamente . Además, aquello es un cuartel; una casa llena de hombres. ¡Y ese Castro que todo se lo cuenta á «la Generala»! No, no iré nunca. ¡Qué locura! El gesto de tristeza, el ademán desalentado del príncipe, la conmovieron. Su mano se paseó por el rostro de él con una caricia maternal.
Lucía se apeó delante de su casa y entró; Miguel siguió en el carruaje y lo despidió en la primer esquina: allí aguardó a que la generala entreabriese el balcón de su gabinete para entrar también. Mucha prisa necesitaba darse el general Bembo a recoger lo que por tantos agujeros se le escapaba a su media naranja.
Miguel quedó un poco cortado ante aquel examen, y le pesó de haber aconsejado a la generala su traslado. Después procuró captarse su amistad; tomolo de los brazos de aquélla, y lo sentó sobre sus rodillas; le acarició suavemente sus cabellos ensortijados y le dio un beso sonoro en la mejilla. ¿Me quieres? le preguntó con voz melosa. El niño le miró fijamente con ojos serenos y graves.
Le juro que no fué cosa fácil. ¡Maldita sea...! ¡Qué batalla...! Menos mal que acabamos ganándola por nuestra propia autoridad. Sin embargo, la querida marquesa se atribuyó todo el mérito de la victoria y se hizo nombrar presidenta. SITA. ¡Parece que usted no la quiere mucho...! LA GENERALA. La detesto, y ella me paga en la misma moneda.
Miguel soportó aquel abrazo y aun hizo esfuerzos por mostrarse entusiasmado. Aguarda un poco dijo la generala soltándose y tomando un ramillete que había sobre la chimenea. Toma estas flores, ponlas delante de ti cuando escribas, para que al levantar la cabeza te acuerdes de tu Lucía.
La generala estaba un poco despechada de la obstinación de Miguel: quería advertir en ella cierta indiferencia disfrazada con el velo del temor. La conversación la había animado también. Hace ya demasiado fresco y voy a retirarme dijo en tono más grave; y después de una pausa, añadió con afectada desenvoltura: ¿Conque te resignas a ser mi adorador en secreto? Sí.
Palabra del Dia
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