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Actualizado: 20 de mayo de 2025


La generala, afectando también confusión y vergüenza, le observaba, sin embargo, sometiéndole a un atento examen, del cual, en realidad, no salió mal librado. Miguel, aunque no era buen mozo, poseía una figura delicada y un rostro gracioso y expresivo. Al fin se vio ella precisada a tomar la iniciativa. Vamos, ya has conseguido lo que con tanto afán pedías. ¿Estás contento? ¡Oh, !

Por esta causa, le advierto que no se deje engatusar por ella. Yo soy muy cabal en mis amistades y estimo con razón que las que no están conmigo están contra ... LA GENERALA. Hay hasta tres, si se cuenta el de la señora de los Charmes. ¡Pero esto no tiene importancia...! La buena condesa cedió su palacio y no se le pide más. Generala: la llaman en el economato...

SITA. ¿No tienen por objeto restaurar los semblantes de los heridos en el rostro...? LA MARQUESA. ¡Eso es...! Veo que tiene usted ya conocimientos quirúrgicos. Siento que no nos hayan enviado heridos del rostro; como siempre, la generala se ha conducido tan torpemente, que nos vemos privados de tan interesantes heridos.

Llegó el mes de julio. La generala Bembo se fue huyendo del calor a Biárritz. Miguel no la siguió al instante, porque tenía que llevar a su madrastra y hermana a Santander; pero convino con ella en ir a pasar el mes de agosto a Pasajes, donde D. Pablo había tenido el capricho en otro tiempo de edificar una magnífica casa de campo.

La niña de Pasajes contestó con otra; se cambiaron después los retratos; por último, al cabo de dos meses, ya se escribían directamente. Por este tiempo el hijo del brigadier había cortado enteramente sus relaciones con la generala Bembo.

Razón tenía, pues, doña Inés en seguir admirando a Juanita; en decirle, como le dijo, que se alegraría de tenerla por madre política; en desistir con gusto de que Juanita se hiciese monja para que no eclipsase a la Monja Alférez y fuese la Monja Generala, y en ofrecerle para el regalo de su boda la cantidad que pensaba dar para la dote de su monjío.

Todo el club estaba reconcentrado en la sala del baccará. Miguel lamentó que Castro no estuviese en el Sporting. Hubieran charlado como en la tarde que Alicia logró asirse por primera vez á las alas de oro de la Quimera. Tal vez su ausencia era por orden de «la Generala». El también había venido aquí arrastrado por una mujer. Un sordo rumor llegó de la sala de juego.

Alma y vientre eran por completo de un Mandarín. Así es que no dije a la generala: «Bon jour, madame», sino que, doblado por la cintura, haciendo girar los puños cerrados sobre la frente, baja, hice gravemente el «chinchín». ¡Está usted adorable, precioso! decía ella con su linda sonrisa, golpeando las manos diminutas y pálidas.

Insistió el joven cada vez con más afán. La generala cedió al cabo «por compasión, porque temía que hiciese una locuracitándole para el día siguiente. Miguel debía pasear a pie y por la tarde hacia la Casa de Campo, y tropezar casualmente con el carruaje de Lucía: ésta mandaría parar y entablarían conversación, hasta que a la postre le invitaría a subir y dar con ella un paseo.

Al bajar al jardín, la generala, apoyándose sentimentalmente en mi brazo, murmuró, junto a mi oído: Ay, ¡quién pudiera vivir en esos palacios apasionados donde verdean las naranjas!... ¡Allí que se ama, generala! le dije en secreto, llevándola dulcemente hacia la obscuridad de los sicomoros. Fué necesario todo un largo verano para descubrir la provincia donde residía el difunto Ti-Chin-Fú.

Palabra del Dia

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