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Actualizado: 20 de mayo de 2025
No conoce á nadie: está solo en el mundo; los otros oficiales viven en su patria, tienen familia... Antes podía ir en busca de Clorinda; ahora «la Generala» se ha marchado, y sólo le quedo yo, ¡la única!... ¿Y quieres que lo olvide? Tú no le conoces bien: eres su enemigo. Yo recuerdo con delicia su época de inocencia.
La expresión de sorpresa y de vergüenza no acababa de desaparecer por completo del rostro de Lucía; pero esto le prestaba aún más atractivo. La camelia encarnada tampoco se deslizaba de sus manos. Miguel, cada vez más dueño de sí mismo, se atrevió a hacerle seña de que la arrojase: la generala bajó los ojos sonriendo, pero no hizo caso.
Por fin la generala se convenció de que Miguel era el hombre que buscaba, el ideal de sus ensueños; le miraba con ternura, le hacía repetir con afán sus enmarañadas psicologías, se enteraba de los últimos pormenores de su vida espiritual y no cesaba de dolerse de no ser más joven para realizar por entero el sueño de amor que toda la vida le había perseguido.
Contó los billetes que le habían dado los altos empleados con una sonrisa amarillenta y opaca. Cuatrocientos de á mil. Se salían de su bolso de mano y del bolso de Valeria. Hasta su amiga «la Generala» tuvo que prestarle ayuda, guardando varios fajos. Si no cierran los hago saltar dijo con la vanidad de los triunfadores.
No pocas veces, después de pasar con Miguel unas cuantas horas, le mandaba por la doncella cinco o seis pliegos de letra menuda. La fantasía de la generala era todavía más fecunda en la invención de nuevos y peregrinos placeres.
El presidente, los ministros y demás personajes empezaron á mirar con cierto interés risueño á la generala, dejando á su compañero la tarea de contestarle. ¡Calma, doña Guadalupe! dijo éste . Hablemos en serio. Un batallón no se le entrega á una mujer. Entonces, pido que se me permita marchar con las fuerzas que saldrán á perseguirle. Ya sabe usted que yo he hecho la guerra.
Al entrar en la berlina, había apretado con efusión la mano enguantada de la generala y la había conservado en su poder.
Conocía bastante de vista y de oídas a la mayor parte de las personas que ocupaban los aristocráticos trenes que cruzaban lentamente guardando fila, pero no trataba a ninguna: el barón de Aguilar con su señora, la marquesa viuda de Istúriz con su hija, después los señores de Pérez Blanco, en seguida el embajador inglés, luego la señora de Manzanillo con sus tres hijas, unas señoras que no conocía, un consejero de Estado próximo a ser ministro, el banquero Mendiburu con su señora y hermana, la generala Bembo:... a ésta sí la conocía.
Aquel amor mío fue pronunciado de un modo distraído, rutinario, que hubiera mortificado a la generala, si no fuese frecuente en ella también al acariciar de palabra a su amante. ¡Qué pronto! Apenas has estado conmigo dos horas. Mañana procuraré estar más tiempo... Hoy no puedo. Lucía se levantó también y le echó los brazos al cuello con el mimo de otras veces.
Se casó en París con un joven francés, soñador, algo artista y algo enfermo del pecho. Por esto mismo lo amó «la Generala». Con un hombre fuerte é impetuoso se hubiesen matado los dos á los pocos días. Ahora es viuda. No la creo muy rica; la guerra debe haber disminuído sus rentas, pero tiene para vivir con desahogo. Hasta me imagino que debe sufrir menos apuros que la de Delille.
Palabra del Dia
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