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Dora no participaba de este entusiasmo. Pareció asustarse de verdad, temblando ante la idea de casarse con Martínez, más aún que si éste hubiese intentado una violencia contra ella. ¡Qué horror!... ¡Divorciarse usted de la generala!... ¡Tener yo por enemiga á doña Guadalupe!...

«La Generala», que llevaba la cuenta de todos los militares de cierta notoriedad llegados á Monte-Carlo, había querido conocer á este teniente, tomándolo luego bajo su protección.

La cuarta señora era la generala viuda de Pillote. Tendría cincuenta años, pero a media luz representaba treinta y cinco; estaba hacía tiempo en relaciones con otro general a quien el difunto legó sus placas en prueba de buena amistad; se dedicaba mucho a las cosas de iglesia, bacía novenas, y creyendo que esto no podía ya ponerla en ridículo, vestía imágenes.

¡Ya estamos solos y tranquilos! ¡Qué placer tan grande! La generala le apartó suavemente, y dejó caer la cabeza sobre el pecho. ¿No estás contenta a mi lado, Lucía? preguntó, mientras le acariciaba con ternura una mano. No. ¿Por qué? Porque te tengo miedo: porque eres un loco... y yo otra loca añadió con amargura.

Miguel quedó tristemente impresionado por aquella escena. Pasó el día vagando de un lado a otro, leyó un poco, escribió otro rato; al fin llegó la noche. Después que hubo cenado y sufrido media hora a su locuacísima huéspeda, se dispuso a acudir a la romántica cita que le había dado la generala.

Doña Clorinda es la que debe estar furiosa continuó el pianista, con la alegría maligna que le inspiraban las rivalidades entre mujeres . Ya no tiene ninguna influencia sobre Martínez, á pesar de que fué ella la que lo descubrió. Se lo ha arrebatado la otra. Pasan semanas sin que «la Generala» vea á su teniente; creo que ya ha renunciado á él.

Desde allí a caballo, sigue hasta la fortaleza de Ché-hia. Pasa la gran muralla. ¡Famoso espectáculo! Descansa en el fuerte de Ku-pi-hó. ¡Allí puede cazar gacelas!... ¡Soberbias gacelas!... Y en dos días de camino llega a Tien-Hó. Brillante itinerario. ¿Cuándo quiere partir? ¿Mañana? Mañana murmuré tristemente. ¡Pobre generala!

Aquel paisaje, un poco teatral, debía enajenar de placer a la generala.

A las nueve en punto de la noche, en la calle de Fuencarral, esquina a la de las Infantas, Miguel esperaba a la generala, que debía cruzar en un coche de alquiler. Así lo habían convenido. El coche se detuvo. ¡Con qué emoción placentera abrió nuestro joven la portezuela de la berlina y se sentó al lado de Lucía! El cochero esperaba órdenes.

No, él no quería rebajar la dignidad de su dueño, él no quería manchar el amor que se tenían; por eso buscaba un sitio que mereciera albergarlo algunos momentos: la misma casa de la generala. Esta recibió la proposición sin enfado; pero no quiso aceptarla. Era inadmisible por el riesgo que se corría; se enterarían los criados, o el portero, o los vecinos...