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Actualizado: 20 de mayo de 2025
No sigas adelante, si no quieres verme hacer pucheritos... Hablemos de otra cosa añadió reclinándose perezosamente en el sofá y estirando las piernas con demasiada confianza, hablemos de Pérez Almagro. Pérez Almagro era el último amante que la generala había tenido, y que no dejaba de inspirar cierta inquietud, ya que no celos, a nuestro joven.
Phs... huyendo de la noria de la Castellana... ¿Y V., generala? ¿Le gusta a V. también la filosofía? Por haber filosofado en casa es por lo que vengo aquí dijo riendo. Me duele un poco la cabeza, y temía marearme en la Castellana... Pero súbete, y darás una vuelta conmigo: después te dejaré donde quieras. Todo fue dicho en voz alta para que lo oyesen el cochero y el lacayo.
Cuando se hubo alejado de casa de la generala, cerca ya de la orilla donde Úrsula le aguardaba con su esquife, echó una mirada al ramo que llevaba en la mano, reflexionó que era grande y molesto para llevar a la iglesia, y diciendo: ¡A dónde voy yo con esta carga de hierba! lo arrojó al suelo, y siguió rápidamente su camino sin más pensar en él.
Las noches eran apacibles y calurosas, y la tertulia se prolongaba a veces hasta las nueve y media o las diez. Miguel se fue acostumbrando a asistir a ella, dejando las visitas a la generala para otras horas. Sentábase a menudo al lado de Maximina y se complacía en regalarle el oído. Si nos preguntasen si creía lo que la iba diciendo, nos sería casi imposible contestar.
«La Generala» había presenciado la primera parte de la victoria de su amiga. «Va á perder, esto no puede durar», pensaba á cada golpe. Luego se había retirado de la mesa, explicando su actitud á Castro y á otros amigos. No podía presenciar con tranquilidad cómo Alicia hacía un juego tan arriesgado. Era una emoción superior á sus fuerzas.
La generala tardó mucho en mirarle de nuevo; pero esto le importaba a él muy poco: sabía que el golpe estaba dado y que había sido certero, y esperaba confiadamente el resultado.
Algo más iba a decir; pero entró Plácido, sombrero en mano, y con ciertos aires de ayudante de campo anunció a su generala que había llegado doña Bárbara.
No la vi salir, pero me han contado que parecía una muerta, apoyada en el brazo de Valeria... Aseguran que sufre del corazón... Lo que yo digo: no es jugador todo el que pretende serlo; se necesita un organismo fuerte. «La Generala» juega menos, pero tiene más serenidad, unas entrañas sólidas. Miguel durmió mal. Estaba indignado contra Alicia.
Cuando se hubo apartado seis u ocho pasos, le dijo volviendo a llamarle: Conste, D. Facundo, que no me ha convencido V., y que es V. una gran persona. ¡Un gran egoísta! gritó el boticario alejándose. ¿Qué te pasa hoy? ¿Parece que estás triste? decía la generala cierta noche, tomando las manos de su amante entre las suyas.
Y el joven repetía casi a gritos su frase, llamando la atención de las personas que pasaban cerca. La generala reía a carcajadas y hallaba cada vez más divertida a su máscara; aparentando juzgarlo todo pura broma, dudaba en el fondo que no fuese verdad y sentía dulcemente acariciada su vanidad. ¿Eres tan feo que no te atreves a decirme que me adoras, sin careta?
Palabra del Dia
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