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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Yo, entonces, con el abanico en la mano, pisando sutilmente con la punta de las babuchas de satín las calles enarenadas del jardín, iba a entreabrir la puerta del «Reposo discreto»: ¿Mimí? Y la voz de la generala respondía, suave como un beso: «All right...» ¡Qué linda estaba vestida de dama china!
LA GENERALA. ¡Sí...! Además, para una mujer nunca resulta desagradable ver sufrir a los hombres. Y es más agradable todavía consolarlos. SITA. Siento dentro de mí algo como un apostolado... LA GENERALA. ¡Ya lo veremos en la curación...! Pero no en seguida; antes hay que seguir los cursos... SITA. Yo tengo ya algunas nociones de Medicina. LA GENERALA. Esto puede ser ya mucho, o puede ser poco.
Su conducta durante la vida azarosa de marchas y campamentos contribuyó á aumentar su fama. Guadalupe tenía mal carácter. Muchas veces, al rozarse su automóvil con el de alguna generala igualmente cargado de colchones, sacos de ropa sucia, cuadrúpedos, aves y numerosos chiquillos , empezaban á insultarse ambas damas por si la una pretendía cortar el paso á la otra.
Miguel planteó al fin el problema que bullía en su cabeza: el de ir a pasar un rato en buen amor y compaña a cualquier parte. La generala soltó bruscamente la mano que le tenía cogida, y echó atrás la cabeza con manifiestas señales de hallarse gravemente ofendida.
Lo mismo se gana el cielo dentro que fuera del convento. ¡La pobrecilla lo ha sentido mucho! Tanta compasión dio mala espina a Miguel. Doña Rosalía al cabo le dejó solo. Aquella noche no era fácil ver a la generala. Su casa se hallaba del otro lado de la bahía, y a tal hora costaría trabajo dar con ella.
Alicia no insistió, encontrando muy justa la observación. La rusa de Niza era vieja y horrible comparada con ella. Además, le parecía regular y lógico que todos los huéspedes se enamorasen de su persona. «La Generala» le había sugerido otro proyecto. Podía instalar en Monte-Carlo una casa de té, muy elegante. El atractivo de verla á ella en el mostrador haría correr á la gente.
Los grandes ojos azules, lascivos, de la generala, se clavaban con amorosa inquietud en su amante al proferir estas palabras. Miguel despertó de la indiferencia en que yacía. Todo eso eres, cielo mío... Todo eso y mucho más contestó, apretándole con efusión las manos. ¡Si fuese cierto!... Pero no... tu amor va siendo cada día más tibio... A medida que el mío se enciende, el tuyo se apaga...
Miguel no esperaba tan buena acogida, y quedó un poco cortado; inmediatamente se repuso, y comprendiendo que la generala estaba curada de espantos, se enfrascó en una conversación libre y desvergonzada.
Pero se detuvo, impresionado por el aspecto de la generala. Nunca la había visto tan interesante: ni aun cuando se defendió de él con el látigo. Vengo á pedir al gobierno dijo solemnemente la amazona que me dé el mando de un batallón. Yo me encargo de batir á ese sinvergüenzón. Y añadió que lo traería allí mismo, atado con una cinta de sus enaguas.
Novoa hizo una leve alusión á la belicosa «Generala», que pretendía marcharse á París, como si su presencia pudiese influir en la guerra. Castro vió en esto un reflejo de la enemistad de la duquesa. Indudablemente, Valeria se había reído con él de los entusiasmos de doña Clorinda.
Palabra del Dia
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