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Actualizado: 24 de junio de 2025
Yo le explico a duras penas que no se trata de un enfado momentáneo, sino de una actitud general ante la vida. Mi compañero se esfuerza en comprender. ¡Ah, vamos! exclama, por último . Es que los españoles no tienen dinero... Y, aunque esta explicación de la psicología nacional me resulta excesivamente americana, yo, obligado a hacer una síntesis, la acepto sin grandes escrúpulos. Sí.
En el viaje Desde Toledo a Madrid, del maestro Tirso de Molina, apenas había caminado legua y media y llegado a las ventas de Olías, cuando exclama la melindrosa Doña Mayor: nunca imaginé que era tan largo el mundo. En cambio, el egregio poeta Leopardi prorrumpe en amargos lamentos porque el mundo le parece muy chico.
En un rincón solitario de la pradera, Gertrudis, inmóvil, lanza miradas melancólicas al sol que se extingue. ¡Ah! ¡si no se ocultase hoy para nosotros! exclama abriendo los brazos. ¡Bueno! ¡ordénaselo! dice Juan. ¡Sol, te mando que te quedes con nosotros! Y, mientras el globo de fuego se hunde cada vez más, ella se pone a temblar de pronto y dice: ¿Sabes qué idea acaba de ocurrírseme?
¡La orden! ¡La orden! gritan a esta sazón. ¿Cómo la orden? exclama el autor asustado. ¿La han prohibido? No, señor, es la orden para empezar; habrá venido Su Alteza. Suena una campanilla. ¡Fuera, fuera! y salen precipitadamente de la escena aquella multitud de pies que se ven debajo del telón. ¡Cuidado con los arrojes, señor autor! dice un segundo apunte tomándolo de un brazo. ¿Qué es eso?
¿Sabes lo que han hecho ayer noche conmigo tus vecinos? exclama rudamente el mozo. Flora le mira sorprendida. Pues en cuanto salí de tu casa, antes que llegase á Rivota, entre Toribión y otros tres me torgaron. Un relámpago de ira pasó por los ojos de la zagala. ¿No te dije que no te fiases de ellos, Jacinto? ¡Que eran muy burros! ¡muy burros! Adiós.
Llama, por último, á Rodrigo, que se encoleriza observando la preferencia que su padre ha dado á sus hermanos más jóvenes, y cuando estrecha también su mano, exclama colérico que le daría un bofetón si no fuera su padre. «Ya no fuera la primera,» le contesta Don Diego; demuestra su alegría en un fogoso discurso al ser testigo del varonil orgullo de su hijo, y le encarga que vengue el insulto hecho á su honor.
Había obscurecido; podía aventurarme a eso; y me he despedido de todo. He ido hasta la tumba de mis padres, delante de la puerta de la iglesia... y también a la Corona, porque debía aún una miseria al dueño... ¿Y has olvidado el molino? Juan se muerde los labios, se retuerce el bigote y murmura: Ya iré. ¡Oh! ¡qué alegría tendrá Martín! exclama Franz Maas, rojo también por la emoción.
¡Ah, muchacho! exclama Martín rascándose la cabeza desgreñada; ¡por cuántas desazones he pasado! ¡Cuántas veces me he agitado en el lecho pensando en ti y en la falta que había cometido tal vez contigo!... Después de una pausa continuó: Y sin embargo al verla tan dulce, tan inocente, dime, muchacho ¿me habría sido posible no amarla? Desde que la vi, no fui dueño de mi persona.
Me tiraré carruaje abajo y me romperé la cabeza contra una piedra antes que ir contigo. ¡Piedad, Dios mío! exclama Martín. ¿Qué han hecho de ti? Juan se pasea a lo largo, y hace sonar a su paso las tapaderas de los frascos de cerveza. ¡Acabemos! dice al fin, deteniéndose. ¿Qué quieres de mí para venir a encerrarme de este modo?
De repente exclama el primero, en la misma postura y dándose con los talones desnudos en las asentaderas: Yo voy á comer torrejas ... ¡anda! Y yo tamién contesta el otro con idéntica mímica. Pero las mías tendrán miel. Y las mías azúcara, que es mejor. Pues en mi casa hay guisao de carne y pan de trigo pa con ello.... Y mi padre trijo ayer dos basallones ... ¡más grandes!...
Palabra del Dia
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