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Actualizado: 24 de junio de 2025
Si por señas se queja del estómago o del vientre, que le muge como si tuviera allí, no una borrega, sino dos o tres becerras, doña Inés exclama: Si te lo tengo dicho mil y mil veces: siempre has sido un glotón de siete suelas; pero ya, hijo mío, no estás para eso. Tus fuerzas digestivas son muy pocas. Menester es que te moderes y que seas sobrio si no quieres reventar el día menos pensado.
Se echa a reír ruidosamente: ¡Mi tío! ¡mi tío! exclama. ¡Esta si que es aventura!... ¡Casarte, tú! ¡tú, casarte!... ¡Es realmente como para tirar bombas! ¡Hurra! Y, riéndose siempre, sale del aposento. En cuanto a mí, me dejo estar donde estoy, y concluyo mi cigarro; me siento muy abatido. Después, voy a inspeccionar las piezas recientemente arregladas.
¿De quién, entonces?... ¡Desgraciado!... ¿De quién, entonces? exclama Franz Maas en el cual se despierta una terrible sospecha. Cierra la puerta y siéntate dice Juan. Voy a contártelo todo. Pasan las horas. La tempestad sacude las hojas de las ventanas. El aceite crepita en la lámpara que humea. Los dos amigos están sentados, con las miradas fijas uno en el otro.
Plácido no quería: por dos menos no cierran una clase de más de ciento cincuenta. Se acordaba de las fatigas y economías de su madre que le sustentaba en Manila privándose ella de todo. En aquel momento entraban por la brecha de Sto. Domingo. Ahora me acuerdo, exclama Juanito al ver la plazoleta delante del antiguo edificio de la aduana; ¿sabes que estoy encargado para recoger la contribucion?
A Dios gracias tengo buenas relaciones en la prensa y ya verá usted la mosquita que le haré poner al señor contador... ¡Ya verá usted y se reirá!... ¿Y no sabe cuándo vendrá el tan célebre expediente? No, señora..., ¡no puedo decirle nada al respecto! La señora se sonríe y exclama, por si acaso, como quien tira un anzuelo por si pica.
Muchas veces los sentidos no le dicen nada de lo que él pretende; pero le ofrecen algo de semejante: «esto es, exclama alborozado, hélo aquí, es lo mismo que yo sospechaba;» y cuando se levanta en su espíritu alguna duda, procura sofocarla, achácala á poca fe en su incontrastable doctrina, se esfuerza en satisfacerse á sí mismo, cerrando los ojos á la luz para poder engañar á los otros sin verse precisado á mentir.
Todos estos tipos de solteronas viven juntas en medio del alegre concierto de burlas imparcialmente distribuidas a todas sin distinción de mérito. Cuando se quiere designar un carácter susceptible se dice: Es una solterona. Cuando se habla de un espíritu estrecho y vulgar, se exclama con mirada desdeñosa: Qué se puede esperar de una solterona...
¡Hermano! exclama. Y con ruidosos sollozos cae a sus pies. ¡Mi nene! ¡mi querido nene! Y Martín, en medio de sus lágrimas, lanza gritos de alegría y lo besa, lo aprieta contra él, como si quisiera no dejarlo marchar. Al fin te encuentro... ¡Oh Dios! Ahora todo irá bien... ¿no es verdad? Di... todo esto no era más que pura fantasía, pura locura. ¿Tú no sabes lo que has hecho, eh? Ya no te acuerdas.
Las daremos dentro de quince días en la fiesta de los tiradores. ¿De veras? pregunta ella con los ojos brillantes. Martín es uno de los jefes de la corporación de los tiradores; necesariamente ha de ir allá. Gertrudis lanza un grito de alegría; después, de repente, exclama: Pero no tengo zapatos de baile. Mándalos hacer. ¡Ah! ¡Son tan pesados los que hace el zapatero de la aldea!
Zadig cobra en fin algún aliento, se para, esquiva un golpe de Otames, no le da vagar, le derriba, le desarma, y Otames exclama: Caballero blanco, á vos es debido el trono de Babilonia. No cabia en sí la reyna de alborozo. Lleváron al caballero azul y al caballero blanco, á cada uno á su aposento, como habian hecho con todos los demas, cumpliendo con lo que mandaba la ley.
Palabra del Dia
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