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Actualizado: 24 de junio de 2025


¡Bien se ve que eres mi hijo! exclama mi padre con júbilo al contemplar mis adelantos. Es tan bueno mi padre, que espero que Vd. le perdonará su lenguaje profano y sus chistes irreverentes. Yo me aflijo en lo interior de mi alma, pero lo sufro todo. Con las continuadas y largas lecciones estoy que da lástima de agujetas.

Manín quedó escandalizado, fijando en ellas sus ojos, donde se pintaba el asombro y la indignación. «Pues aún no has visto lo mejor; ¡aguarda, aguarda un pocoAl comenzar la orquesta a tocar, las bailarinas hacen chasquear los palillos, y dando una vuelta levantan todas la pierna a la altura de la cabeza. «¡Solloexclama el pobre tapándose la cara con las manos. ¡Dios sabe lo que pensó que iba a ver!

Cuando, una hora más tarde, suenan los primeros acordes, la joven exclama con un estremecimiento de alegría: ¡Ahora soy tuya, Juan! Martín le recomienda que tenga cuidado con el frío para no caer enferma; pero antes que haya concluido de hablar, los jóvenes han desaparecido. Entonces se resigna, toma un buen vaso de vino de Hungría y se echa sobre el sofá para descansar.

Los demonios huyen, y el Hombre exclama: Si esto también es dormir, A nunca despertar duerma. El Poder dice entonces: Y pues cuanto vives sueñas, Porque al fin la vida es sueño, No otra vez tanto bien pierdas, Porque volverás á verte Aún en prisión más estrecha, Si con culpa en el letal Ultimo sueño despiertas.

Por dicho de eso, yo tampoco, Ogenio; y si das los veintiocho, tuya es la pareja. Grandes murmullos en el grupo; anímase el tío Juan, y exclama, imponiendo silencio á los circunstantes: Ni los veintisiete ni los veintiocho, que han de ser los veintisiete y medio, y se pagará la robla además. Corriente dice Ogenio.

El brigadier se siente dominado por un ímpetu de noble y generosa indignacion; se levanta con aire brusco; la mesa tambalea, los vasos se vierten, los bizcochos andan por el suelo, los mozos acuden, el brigadier deja una moneda de cuatro duros: ¡esto es una poca vergüenza! exclama colérico, y todos tres abandonamos el café cantante.

Tambien cayó su cabeza, Mas al descender marchita Tembló la turba precita, Y despavorida huyó: Los esclavos van cobardes Cruzando por los desiertos, Y los libres quedan muertos Sobre el campo del honor. Gloria y honor y laureles Al que muere batallando, Y que sus ojos cerrando Aun exclama: Libertad!

Don Juan vuelve de nuevo a pasear, atento el oído hacía la puerta y fruncido el entrecejo por el enojo. Empieza a desconfiar. «¡No viene! ¿Qué ridículo miedo, qué recelo se le habrá metido en el alma? ¡Virtud de última horaTorna al balcón, apoya la cabeza en la vidriera, que se empaña con el vaho de su aliento, y exclama, hablando solo: ¡Gracias a Dios! ¡Allí está!

El viejo yérguese repentinamente en el sillón. ¿A que no adivinas en qué estoy pensando, Mamette? ¡Quizá no habrá almorzado! Y Mamette, trastornada, levantando los ojos al cielo, exclama: ¡Sin almorzar! ¡Santo Dios! Pensé que hablaban todavía de Mauricio, e iba a responder que ese buen muchacho jamás se ponía a la mesa después del mediodía. Pero no, era a a quien se referían.

Y esto es fatal; es el mismo instinto que nos hace cobrar amor a un objeto que hemos usado durante años, un reloj, una petaca, una cartera, un bastón... El maestro calla. Y de pronto don Víctor ¡oh pasmo! cesa de acariciarse sus patillas, abre la boca y exclama: ¡Yo tenía un bastón!

Palabra del Dia

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