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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Pusiéronle en las manos una lanza, a la cual se arrimó para poder tenerse en pie. Cuando así le tuvieron, le dijeron que caminase, y los guiase y animase a todos; que, siendo él su norte, su lanterna y su lucero, tendrían buen fin sus negocios.

Hubo tendencias a retirarse del campo de batalla; pero no faltó en aquel momento quien animase su corazón intrépido ofreciéndoles la perspectiva engañosa de la victoria. ¡Fuera los civiles! ¡Abajo los tricornios! ¡Muera el patatero! Tales fueron los gritos sediciosos que se escaparon de los pechos de aquella juventud temeraria. Y en el mismo punto volaron algunas piedras.

Como si la animase de pronto una nueva fuerza, ella se puso de pie. Su rostro quedó á la altura de los ojos de Ferragut. Este vió su sien izquierda con la piel desgarrada: la mancha del golpe se extendía en torno de un ojo rojizo é hinchado. Al contemplar su bárbara obra, volvió á atormentarle el remordimiento. Escucha, Ulises; no conoces mi verdadera existencia.

Nos miramos el médico y yo, y le preguntó éste: ¿Por qué lo dice usted? Porque me encuentro peor que el día en que más malo me he visto. Aprensiones de usted, dije yo, por decir algo que le animase. Eso ha de verse pronto respondió el enfermo.

Gallardo, con su memoria fisonómica de hombre de muchedumbres, reconocía sus rostros y admitía el tuteo. Eran camaradas de escuela o de infancia vagabunda. No marchan los negocios, ¿eh?... Los tiempos están malos pa toos. Y antes de que esta familiaridad los animase a mayores intimidades, volvíase a Garabato, que permanecía con la cancela en la mano.

Por dicho de eso, yo tampoco, Ogenio; y si das los veintiocho, tuya es la pareja. Grandes murmullos en el grupo; anímase el tío Juan, y exclama, imponiendo silencio á los circunstantes: Ni los veintisiete ni los veintiocho, que han de ser los veintisiete y medio, y se pagará la robla además. Corriente dice Ogenio.

Faltaba a aquella belleza, no obstante, un soplo de vida que la animase. Era lo que se llama vulgarmente un rostro parado. Oye, hija mía; ve a mi cuarto, abre el segundo cajón de la izquierda de la mesa de escribir y tráeme la petaca. La niña se alejó presurosa y no tardó en volver con ella. Vamos a fumar al comedor dijo don Mariano tomando a don Máximo del brazo.

Su sillón, antes inmóvil, con sólida estabilidad, parecía agitado por estremecimientos nerviosos, lo mismo que una bestia que jadea afirmada sobre sus patas. La raza, como si la animase de pronto un alma traviesa, iba a pequeños saltos, repiqueteando en su plato, de un extremo a otro del velador.

Su terror casi fue más intenso cuando notó que aquel rostro, que se le había aparecido, caía como una máscara o se disipaba como vapor muy tenue dejando en la capucha un hueco. La capucha y todo el hábito se diría que no encerraban ya sino aire vano: una ilusión, un espectro. El sayal vacío continuaba erguido, no obstante, y hasta se movía y marchaba, como si le llenase y le animase un espíritu.

Era el antiguo campamento de la Presa, que se transformaba rápidamente en un pueblo. Todas sus construcciones parecían aplastadas sobre el suelo, sin una torrecilla, sin un doble piso que animase su platitud monótona.

Palabra del Dia

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