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Actualizado: 24 de mayo de 2025


No bien hubo visto la blancura de una de las casas nuevas, la monería de las acomodadas piececitas, el estado de novedad de las habitaciones del piso tercero, alborózase, y: ¡Este cuarto es mío! exclama. Pero acabemos de ver. Nada, inútil, quiero casa nueva, casa nueva; no hay remedio. De allá a media hora estábamos ya en casa del casero.

Sin embargo, ocurre que el sol, que tiene celos del agua, a la que también adora, sorprende a los dos amantes y se pone furioso. «¡Ah! exclama en ese tono con que se dicen estas cosas en las comedias ¡ah! ¿Conque estás hablando de amores con la sal? ¿Conque la has hecho salir de su cárcel, donde estaba encerrada por orden mía? ¡Pues yo voy a castigarte!» Y entonces el sol, que es un hombre terrible, manda un rayo feroz contra el agua; la cual, como es tan inocente, tan medrosica, abandona a la sal y huye toda asustada.

La joven balancea la llave en la mano, acariciando con los ojos el metal que brilla. Un día, por casualidad, se la vi ocultar allí murmura. ¡Colócala en su sitio! exclama él, una vez más. La joven frunce las cejas; después, con una leve risa. ¡Esto es lo que podíamos hacer!... Y, al mismo tiempo que habla, le echa de soslayo una mirada inquieta y trata de leer en su rostro lo que piensa.

Me precipito hacia ella; querría acariciarle los cabellos, pero mi valor no da para tanto. Le pregunto qué es lo que la apena, si no quiere tener confianza en , y otras cosas por el estilo. ¡Ah! ¡soy el ser más desamparado, más miserable del mundo! exclama con un gemido. ¿Y por qué? Quiero hacer una cosa... una cosa terrible... y no tengo valor para ello. ¿De qué se trata?

¡Ta, ta, ta, ta, ta! dice don Alvaro, algo resignado. Doña Inés suele también moverse a compasión y dice a Calvete: ¡Muchacho!, haz alguna de tus chuscadas para que el señor se distraiga y regocije. Y contesta Calvete: Pues si las hago a manta y el señor rabia y chilla más. Como está tan jaquecoso.... Y exclama don Alvaro: ¡Ta, ta, ta, ta, ta!

La Vanidad y la Idolatría le juran fidelidad, y le prometen su auxilio, para que se eleve sobre todos los reyes de la tierra, y pueda terminar la construcción de la torre de Babel. ¿Quién de tan dulces abrazos, Podrá las redes y lazos Romper? Daniel exclama entonces, con voz de trueno: ¡La mano de Dios!

Resuelto a echarlos de allí, va directamente hacia el grupo; pero de repente se detiene petrificado, con los brazos caídos... En medio del grupo, con los ojos terribles, avanza tambaleándose su hermano Juan. ¡Juan! exclama estupefacto.

Hace veinte años que viene todas las tardes, con el mismo sombrero en que pone: Redón, con el mismo gabán que se levanta escrupulosamente al sentarse. A veces sonríe y se pasa la mano por la barba. ¡Aquellos oradores que hablaban bien! exclama este viejo. Yo quiero saber quiénes eran aquellos oradores.

A la semana siguiente, un día que Martín se ha encerrado en su despacho Gertrudis se arma de valor y dice: Mira, Juan; es una locura que estemos atormentándonos de este modo. Dejemos dormir esa tonta historia. ¡Si fuera tan fácil hacer como decir! exclama él con expresión melancólica. Ella lanza una alegre carcajada, y él ríe también. En realidad es muy fácil.

La hermana Lucidia jamás había oído hablar así, ni casi de ninguna otra manera, al taciturno Belarmino. Piensa que, súbitamente, se ha vuelto loco. El señor Colignon eleva los brazos al cielo, en actitud de triunfo y acción de gracias. A la fin, a la fin exclama , ella se deslía la dulce y deliciosa lengua de otras veces. Habla, habla, mi bien amado amigo.

Palabra del Dia

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