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Pocos momentos después, al oír la culata del fusil golpear en las losas de la cocina y que se abría la puerta exterior, la joven lanzó un grito desgarrador y precipitose fuera. ¡Gaspar!, ¡Gaspar! dijo , ya estoy tranquila, ya no lloro más; no quiero que te quedes, pero no te marches disgustado conmigo. ¡Perdóname!

PROCLO. Muéveme amor. MARINO. ¿Amor de patria? ¿Amor de gloria? PROCLO. Amor de una mujer. MARINO. ¡De una mujer! Me dejas turulato. ¿Quién había de suponer que pensabas en tales cosas? PROCLO. No hay motivo para que te quedes turulato. ¿Qué tiene de absurdo que yo ame a una mujer? La amo desde que la vi: desde hace quince años. Ella tenía entonces diez y siete. Hoy tiene treinta y dos.

Es posible que quedes algo resentido de la pierna, pero tienes una naturaleza de hierro y saldrás adelante. La curación de Gallardo siguió los términos anunciados por Ruiz. Cuando, pasado un mes, la pierna fue libertada de su forzado quietismo, el torero, débil y cojeando un poco, pudo ir a sentarse en un sillón del patio, lugar donde recibía a sus amigos.

De él se deriva el vuelva a empezar, sin el cual el mundo se acabaría. ¡Oh!, no, no es posible... No tienen vergüenza si me perdonan. Eso, allá ellos... Lo que me importa a es que quedes en una situación correcta y sobre todo... práctica. Tienes en ti misma poca defensa contra los peligros que a la vida ofrece continuadamente el entusiasmo.

Pues bueno repuso mi tío volviéndose hacia su amigo que no chistaba ni se movía, con los ojazos clavados en la lumbre . Ahora quiero que te quedes a cenar con nosotros, no por , que no lo merezco, sino por honrar a mi sobrino. ¡A buen tiempo! murmuró el gigante revolviendo un poco la mirada hacia don Celso y descargando mucho los celajes de su faz.

Una cosa te pidiera, Si en esa tu condicion Una sombra de razon Por entre mil sombras viera, Y es, que pues fuiste la causa De acabarme y destruirme, En el contino herirme Hagas un momento pausa. Yo no te pido que salgas De mi pecho, pues no puedes, Antes te pido que quedes, Y en este trance me valgas.

No tengas cuidado: sigue, que no te pasará nada... Iré hablando para que camines en dirección de la voz... Si quieres que te la mano, te la daré... ¿No?..., bueno, no te quedes atrás... Dentro de muy poco tiempo empezarás a bajar..., pero es una pendiente suave... ¿Lo ves?... No te quejarás del suelo..., aunque uno se cayese no se haría mucho daño... No tardaremos en ver luz... Ten cuidado... inclínate a la derecha, que el camino hace ahora una revuelta... ¡Ea, ya tenemos claridad!

Pero ... no añadió con determinación, no puedo consentir que te quedes en este sepulcro. Me parece que si te dejo aquí no he de verte más. Pero ese hombre, ese exaltado, ¿en qué piensa? ¿qué hace? ¿cómo tiene alma para verte en poder de esas arpías, y no pegar fuego á esta casa maldita? El me quiere dijo Clara, resuelta á decir todo lo que pudiera determinarle á marcharse.

Únicamente yendo al frente de la guerra, su calidad de alumno de la Escuela Central podía, hacer de él un subteniente agregado á la artillería de reserva. ¡Qué felicidad que te quedes en París! ¡Cuánto me gusta que seas simple soldado!... Y al mismo tiempo que Chichí decía esto, pensaba con envidia en sus amigas cuyos novios y hermanos eran oficiales.

No veía la tostada, ni sabía en rigor lo que era la filosofía, aunque sospechaba que fuese una cosa muy enrevesada, incomprensible y que vuelve gilís a los hombres. «No me llama la atención que te quedes con la boca abierta. Ya irás comprendiendo... ¡Se da unos atracones de filosofía!, y me parece que dijo Juan Pablo que era filosofía espiritualista...».