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Actualizado: 19 de junio de 2025


Le faltaban fuerzas para vestirse. Con un arranque de su voluntad llegaba a la cocina, y tosiendo y estremeciéndose por contener las náuseas, preparaba la comida.

Pero tal, que si no hubiera mediado don Rodrigo... ¿Y qué te cargaron? ¡Bah! ¡poca cosa! Haber envenenado al marido de una querida mía. ¿Y eso es verdad? dijo estremeciéndose Luisa.

No contento con huir de la casa de Dios has pasado el día con ese Salvatierra, que acaba de librarse del presidio, donde debía seguir por todo el resto de sus días. Montenegro se indignó ante el tono despectivo con que hablaba Dupont de su maestro. Palideció de cólera, estremeciéndose como si acabase de recibir un latigazo, y miró de frente con cierta arrogancia a su jefe.

La voz de Miguel dejó de ser suplicante, estremeciéndose con un temblor de cólera. ¿Cómo podía ser él un obstáculo para su tranquilidad? ¿No acababa de decirle que sólo quería ser un compañero de su desgracia, olvidado del amor, con un afecto neutro y dulce, igual al de la amistad?... Ahora que era desgraciada, sentía con más vehemencia el deseo de permanecer á su lado. ¿Por qué capricho absurdo huía de él?

¿Y qué soy ahora? preguntó el anciano, mirándola fijamente al rostro, y dejando que toda la perversidad de su alma se retratase en la fisonomía. ¿Qué soy yo ahora? Ya te he dicho lo que soy: un enemigo implacable: un demonio en forma humana. ¿Quién me ha hecho así? Yo he sido, exclamó Ester estremeciéndose. Yo he sido, tanto ó más que él. ¿Por qué no te has vengado en ?

¡Ea! adiós, querida mía dijo Raúl separándose suavemente. ¿Adiós? No, hasta la vista. ¡Qué purista eres! Dale un beso, Raúl... Por supuesto; más bien dos que uno. El joven rozó con su rubio bigote la frente sonrosada del niño. Ahora a la mamá, dijo. Juana se acercó a él y dijo estremeciéndose. ¿Volverás? Sin duda... ¿No me olvidarás? ¡Qué tontería!

Isagani pensaba en los paseos en las noches de luna, en la feria, en las madrugadas de Diciembre despues de la misa de gallo, en el agua bendita que la solía ofrecer y ella se lo agradecía con mirada llena de un poema de amor, estremeciéndose ambos al ponerse en contacto los dedos.

Al despertar, veía frente a el rostro pálido y dulce de su cuñada, con los ojos muy abiertos, mirando con fijeza al vacío. ¿En qué piensas, Huesitos? le preguntaba restregando los suyos. La joven salía de su éxtasis estremeciéndose, y sonreía bondadosamente. No lo yo misma... En nada. ¿No tienes algún quebradero de cabeza? le dijo una noche levantándose y cogiéndola afectuosamente la barba.

Acaso he sido imprudente dijo el bufón estremeciéndose , acaso he sido injusto; ¡Dios mío! cuando se trata de ella me vuelvo loco. El tío Manolillo volvió á tomar en silencio el camino de su mechinal. Antes de llegar á su puerta se detuvo. Es necesario que yo vea dijo qué gentes andan por aquí esta noche.

El pasado de Leonora; su amor repartido con loca generosidad por los cuatro puntos de la tierra; todos los pueblos pasando sobre su cuerpo, domándola un instante con el atractivo de la elegancia o el encanto del arte; sus entrañas estremeciéndose hoy en un palacio y mañana en un cuarto de hotel; su boca repitiendo en diversos idiomas aquellas mismas frases de amor, entrecortadas por el espasmo, que le enardecían, como si fuese el primero en oírlas. ¿Y por estos restos que aún sobrevivían milagrosamente después del loco derroche, iba él a perderlo todo, a huir dejando a sus espaldas el escándalo, el descrédito y tal vez el cadáver de su madre? ¡Ah, terrible don Andrés! ¡Y cómo después de herirle metía los dedos en el sangriento desgarrón agrandando la herida!

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