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Actualizado: 19 de junio de 2025
Aquí, en este plato del centro dijo el bufón estremeciéndose ; esa pera que tiene un lazo negro y rojo. Pero ¿para qué quieres ese veneno? Para un último caso. ¿Pero qué último caso es ese? Que don Juan no quiera seguirme. Mientes; no hay nada preparado para una marcha. Pues yo os aseguro, Manuel, que el viaje se hará.
¡Con cuánto gusto lo vería! suspiraba. Dudar del consentimiento de la condesa era para ella una locura. Si hacía esperar su petición, era que quería venir en persona... Estoy segura de que está en camino; lo adivino, lo siento... ...La puerta se abrió... Y la anciana volvió la cabeza estremeciéndose... Pero no era más que el tío Marcial, que venía a hacer amablemente el servicio de la oficina.
En la caja de hierro dijo el aya. ¡No, no es cierto! exclamó el intendente, estremeciéndose de temor y de sorpresa. Mathys, Mathys, ¿por qué queréis engañarme? ¿No me queréis entonces permitir que os salve? ¡Ya no sé ni lo que digo! murmuró el intendente . Sí, sí, Marta; está en el cofre.
Al fin me armé de valor y entré muy suavemente en su cuarto. La encontré arrodillada junto a la cama, con el rostro oculto en la almohada, y parecía orar. Me quedé inmóvil en el umbral, pues no me atrevía a perturbarla. Al fin, se volvió y al verme se levantó estremeciéndose. ¿Qué quieres? balbució. Yo me colgué de ella y mis sollozos habrían enternecido a un corazón de piedra.
Os he comprendido. Mientras Marta no sea para mí más que una sirvienta, tiene que sonrojarse de su amor; pero así que tenga la certidumbre de ser mi mujer, tendrá, por el contrario, mil razones para estar orgullosa de mi amistad. ¿No es ése vuestro modo de pensar? Sí, sí balbució Catalina estremeciéndose . Pero, ¿acaso queréis proponerle el matrimonio tan pronto, mañana mismo?
El señor Melchor, que se había quedado fuera del mostrador como una cosa olvidada, oía, estremeciéndose, el sonido excitador del oro que contaba maese Longinos. ¡Me he perdido! exclamaba ; mi hombría de bien me ha puesto en el caso de no poder aguantar á mi mujer lo menos en tres meses; esta aventura me va á costar una enfermedad.
Al final de la tarde y en el desagüe para el Guadiana, un miserable pescador le dijo que la noche anterior, a cierta hora, oyó dar por el río unos acentos lastimeros, estremeciéndose tanto con ellos, que había afirmado las puertas de su choza, temiéndose alguna prodigiosa aparición. No volvió a saberse más de los amantes.
Febrer tropezaba con sus abombados y limpios costillares, con las agudas aristas de sus caderas, estremeciéndose sus oídos con el chasqueteo de sus rótulas. Le oprimían, le asfixiaban, eran millones de millones: todo el pasado de la humanidad. No encontrando espacio donde poner sus pies, se alineaban en filas unos sobre otros.
El bohemio de la luz y del espacio piaba como expresando la extrañeza que le producía ver allá abajo aquel pobre ser amarillento y flaco, estremeciéndose de frío en pleno verano, con unos cuantos pañuelos anudados a las sienes y un harapo de manta ceñido a los riñones.
Lo que más efecto causó en doña Manuela fue la afirmación de que la gente haría comentarios si no se mostraba en público como siempre. Ahora reaparecía la altivez de su carácter, estremeciéndose al pensar en la mortificante lástima con que se hablaría de su ruina. Ella no tenía carácter para sobrellevar con resignación la miseria. Estaba decidida.
Palabra del Dia
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