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Porque no soy tonto no te dejo marchar. Mira que me duele la cabeza. Bien, pues te dejo. Hasta mañana. ¡Cuidado con bailar ahora! No tengas cuidado. Me voy a marchar en seguida. Hasta mañana. María se escapó corriendo, Ricardo trató de alcanzarla otra vez saltando por la obscura escalera; pero no pudo. La joven le dio las buenas noches con una alegre carcajada desde arriba.

El señorito García respondió con indiferencia . No quiso pasar: dijo que se iba al despacho. Tristán se alzó de la silla. Clara también se levantó y sujetándole con mano trémula por una manga le dijo: No vayas allá, Tristán. Déjame ir a ... Le diré que estás indispuesto, que te duele la cabeza y no puedes hablar con nadie.

Usted se duele en la cólera de su amor del sacrificio de mi vida: y ¿por qué nací de usted con una vida que ama el sacrificio? Palabras, no puedo. El deber de un hombre está allí donde es más útil. Pero conmigo va siempre, en mi creciente y necesaria agonía, el recuerdo de mi madre. Abrace a mis hermanas y a sus compañeros. Ojalá pueda algún día verlos a todos a mi alrededor, contentos de .

¡A que no le das tu cama, Paquito! dijo Santiago, pasando a la alegría inmediatamente. ¡Si no quepe en ella, papá! En la sala hay otra muy grande, muy grande, muy grande... No quiero cama ahora, interrumpió Juan... ¡me encuentro tan bien aquí! ¿Te duele el estómago como antes? preguntó Manolita abrazándole y besándole.

Los hombres como yo son para ella una especie de figurantes alquilados para animar los salones, los casinos, los balnearios, para sostener la conversación y ser galantes con las damas; pero no le interesan. Me lo ha dicho esta tarde, una vez más. ¿Y á ti te duele su opinión? dijo el príncipe. Calló Atilio, como si pesase sus palabras antes de hablar.

Los Obispos aquí le requirieron, Que al Concilio presida, como suele, A la iglesia los cuatro se vinieron: Al Lucio le conviene ahora que vele; Entre él y el Arzobispo respondieron. El alma y corazon á todos duele, Por ver tal disencion así trabada Entre Obispos, por Lucio encadenada.

Al regresar a casa con sus compras, brillaban de tal suerte los ojos de la anémica y estaban sus mejillas tan encendidas, que Perico le dijo: El demonio sois las señoras mujeres. En dándoos un sonajero o un cascabel, un cascabel, os curáis de todos los males. Me río yo de la botica, de la botica. Ahora no te duele el estómago. Periquillo.... ¡Eres la flor de la canela!

El viejo examinó el contenido y dijo más animado: Me parece que hay bastante. Esperar un momento; vuelvo en seguida. Y entró de nuevo en el cuartito, llevándose una camisa vieja de franela y el aguardiente. Como la puerta quedó entreabierta, se oyó distintamente el siguiente diálogo: Dime, hijo mío, ¿dónde te duele más? Me duele todo. Ora aquí y ora ahí debajo; pero es más fuerte de aquí a aquí.

Ya sabes que me ha pegado mucho madrina ayer... Mira, mira cómo tengo las manos... Me duele también la cabeza... ¡El suelo estaba tan duro!... Yo te quiero mucho... no te he acusado nunca a madrina...: ¡Suelta, suelta! repuso la costurera tratando de desasirse suavemente de sus pequeñas manos. No tengo más remedio que obedecer. La señora lo manda.

«Te quiero con toda el alma, Rodolfo mío; no vivo más que para , y me duele mucho que me digas esas cosas tan tristes. ¿A qué hablar de la muerte cuando somos tan dichosos? dices que la muerte debe ser deseada en los momentos de felicidad, y entonces más que en las horas de dolor. ¿Dónde has aprendido eso? Dime: ¿dónde? Tienes unas cosas muy raras.