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Me pareces triste, Quilito; estás paliducho, con muchas ojeras... vamos a ver, ¿de qué lado te duele?

De los presentes no digo nada, que, por ser vuestra merced uno dellos, los tengo respeto, y porque que sabe vuesa merced un punto más que el diablo en cuanto habla y en cuanto piensa. -Haría yo una buena apuesta con vos, Sancho -dijo don Quijote-: que ahora que vais hablando sin que nadie os vaya a la mano, que no os duele nada en todo vuestro cuerpo.

«Carmencita: Niña santa y hermosa, que me has querido en la hora más grata de mi vida, te digo adiós con mucha prisa y con mucha pena: con prisa porque debo separarme de ti cuanto antes; soy malo y temo hacerte mucho mal...; con pena porque me duele el corazón al dejarte.... Sólo tengo una cosa buena: que me conozco.

Toparás, de vez en cuando, hasta con desagradecidos, y verás que éste es el tropiezo que más duele y el que más obliga a cerrar los ojos para seguir adelante con el deber que uno tiene con Dios y con sus buenas intenciones; y obrando así, hasta llegarás a mirar a esos desdichados como a hijos que más necesitan por sus flaquezas, de amor y de la vigilancia del padre.

Don Román me recibió cariñosamente, como de costumbre: ¡Gracias a Dios! me duele en el alma que te vayas; pero ¿no es cierto que de cuando en cuando vendrás a visitarme? Eres mi único amigo. ¿Quién me hubiera dicho que , el chiquitín que yo conocí de este tamaño, que cabía en un azafate, sería mi amigo?

¡Pero niña! ¿has tomado en serio la broma? exclamó sonriendo con afectada alegría. ¿ no sabes que estamos amarraditos y sentenciados á cadena perpetua? ¡Quita! ¡quita! exclamó la joven poniéndole la mano en el pecho para rechazarlo. Sólo que me duele el alma de aguantar tus necedades y que no las aguanto más tiempo.

-Calla, amigo -respondió don Quijote-, que mayores secretos pienso enseñarte y mayores mercedes hacerte; y, por agora, curémonos, que la oreja me duele más de lo que yo quisiera. Sacó Sancho de las alforjas hilas y ungüento.

Pero eso , sin que se ayuden de versiones francesas... Oye: lo que más me duele, lo que me llega a lo más vivo, lo que me desgarra el corazón, lo que siento aquí, como la hoja de un puñal, es que dicen.... El pobre anciano quería llorar; el rostro se le contraía dolorosamente, su voz se iba poniendo trémula, en sus ojos asomaba una lágrima, dicen... hizo un esfuerzo y acabó ¡qué estoy chocho!

¡A que no le das tu cama, Paquito! dijo Santiago, pasando a la alegría inmediatamente. ¡Si no quepe en ella, papá! En la sala hay otra muy grande, muy grande, muy grande... No quiero cama ahora, interrumpió Juan... ¡me encuentro tan bien aquí! ¿Te duele el estómago como antes? preguntó Manolita abrazándole y besándole.

No sabiendo qué hacer, quiso enseñar a Amparo cómo se fumaba, a lo cual ella se prestó con repugnancia, alegando que las cigarreras no fuman, que casualmente están «hartas de ver tabaco», y que este sólo era bueno para ponerse parches en las sienes cuando duele la cabeza.