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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Parece mentira.... ¡Un chico como un castillo acabar tan pronto...! ¡Ay, cómo me duele ese ronquido...! ¡Cristo! Parece que me rasgan algo aquí, dentro de los pulmones. ¡Señor! ¡Qué justicia! Los carcamales como yo, buenos y sanos, y ese chico que parecía comerse al mundo, camino del cementerio. Hubo una larga pausa. Mujer, ya estarás contenta. Al fin has salido con la tuya.
Pero el cura, que sabía que yo odiaba el llanto y que era bastante orgullosa como para demostrar delante de mi tía una pena causada por ella, se me acercó, me preguntó en secreto por qué lloraba y se esforzó en consolarme. No es nada, mi bueno y querido cura díjele yo enjugando mis lágrimas y echándome a reír. Tengo horror del dolor físico, me duele la cabeza y luego, debo estar horrorosa.
Sin meternos en honduras, sin investigar qué es espíritu y qué es materia, cosas ambas en lo sustancial igualmente desconocidas, no queremos ni podemos negar cierta dosis de entendimiento y bastante sensibilidad a los brutos que harto saben dónde y cómo les duele y se quejan y lo deploran a su modo.
Pasaremos por donde está el molino de quien tú dices que habla, mascullando las palabras como un borracho. ¡Ay, qué hermoso día y qué contenta estoy! ¿Brilla mucho el sol, Nela? Aunque me digas que sí, no lo entenderé, porque no sé lo que es brillar. Brilla mucho, sí, señorito mío. Y a ti ¿qué te importa eso? El sol es muy feo. No se le puede mirar a la cara. ¿Por qué? Por que duele. ¿Qué duele?
Una sonrisa feliz y socarrona á la vez se dibujó en sus labios. Pero no será de vacío, ¿verdad? ¡Ah gran tuno, ahí te duele! profirió Pepón sin dejar de reir y metiendo de nuevo el puño por el estómago á su futuro yerno, que se dobló como un arco. Luego añadió gravemente: Eso no se pregunta siquiera, Quino. Yo no soy rico, pero mientras estéis en mi compañía no os faltará la borona y el potaje.
No, hija mía, no, ¡bendita seas!... no me duele nada... soy muy feliz... lo único que tengo es sueño... se me cierran los ojos sin poderlo remediar... Pues por nosotros no dejes de dormir, Juan, dijo Santiago. Sí, tiito, duerme, duerme dijeron a un tiempo Manolita y Paquito echándole los brazos al cuello y cubriéndole de caricias... Y se durmió en efecto. Y despertó en el cielo.
Atarugose un poco don Santiago con la observación de la marquesa, y miró hacia su mujer, la cual le socorrió con una ojeada que quería significar: «¡Ahí le duele a la bribona!... ¡Duro en ella!» Por fortuna, no era tan áspero de veta el uno como la otra, y esto libró allí a la elegante dama de que la pusieran entre los dos para pelar.
Serían las tres cuando el Delfín abrió los ojos, despabilándose completamente, y miró a su mujer, cuya cara no distaba de la suya el espacio de dos o tres narices. «¡Qué bien me encuentro ahora! le dijo con dulzura . Estoy sudando; ya no tengo frío. ¿Y tú no duermes? ¡Ah! La gran lotería es la que me ha tocada a mí. Tú eres mi premio gordo. ¡Qué buena eres!». ¿Te duele la cabeza? No me duele nada.
Yo dudaba entre huir o poner paz, y en medio de mis vacilaciones me alcanzó esta caricia... Crea usted que me duele, pero el espectáculo valía la pena de ser visto. Lástima que usted no lo presenciase. Ojeda se inclinó con irónico agradecimiento. «Muchas gracias.»
De este modo será una especie de sermón viviente contra el pecado, hasta que la letra ignominiosa se grabe en la losa de su sepulcro. Me duele, sin embargo, que el compañero de su iniquidad no estuviera, por lo menos, á su lado sobre ese cadalso. Pero ¡ya se sabrá quién es! ¡ya se sabrá quién es!
Palabra del Dia
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