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De todo eso tiene la culpa interpuso Juana esa perra doña Inés; esa degollante, que no pagaría sino quemada viva o frita en aceite. Te aseguro, mamá, que no cómo la aguanto aún; pero si esto no para en bien y ocurre algún estropicio, quien la va a quemar y a freír soy yo con estas manos. No; no soy manca todavía. La desollaré, la mataré, la descuartizaré. No creas que va a quedarse riendo.

A regañadientes aguantó Rafaela este capricho de su esposo, pero no pudo resistir a la tentación de reírse un poco de él. Y para ello aseguraba que, según el antiquísimo romance, que escribió Güesto Ansures, las doncellas que iban cautivas eran seis, y cinco nada más las hojas de higuera del escudo.

Para esto había nacido ciertamente; pero en ella, como en nosotros los hombres, la predestinación continuaba siendo una vana palabra. Estaba la pobre en el corral, lamentando su suerte, con la vista fija en el cielo, sin más distracción que ver agitados por el viento los blancos festones de su ropa inmaculada, y diciendo en la ignota lengua de las plumas: «No cómo aguanto esta vida fastidiosa.

Ella no te lo ha querido decir... y ahora aguanto yo el chubasco... Pues, nada, que la han hecho vigilanta y tiene una guardia por semana, y hoy le toca. ¿Pero vigilanta de qué? De la hermandad. Las muchachas del taller van a las ocho, y a esa hora tiene que estar allí para que no alboroten y para distribuir o recoger labor. Pepe la escuchó asombrado.

Es menester que lo sepas... Clarita me tiene embobado. Por ella, no más que por ella, aguanto á su madre. Lo que yo quería, como un bribón de siete suelas, es que se quedase por aquí... para ir á verla y para que ella me agasajase, como me agasaja ahora, cuando voy á casa de su madre, sirviéndome, con sus blancas y preciosas manos, jícaras de chocolate y tacillas de almíbar.

381 Tampoco a la le temo; yo la aguanto muy contento; busco agua olfatiando el viento y, dende que no soy manco, ande hay duraznillo blanco cavo, y la saco al momento. 382 Allá habrá siguridá ya que aquí no la tenemos; menos males pasaremos y ha de haber grande alegría el día que nos descolguemos en alguna toldería.

El muchacho se sentó en la silla que junto a la cama estaba, y apoyando el codo en esta, aguantó el achuchón, sin mirar a su juez. Tenía un palillo entre los dientes, y lo llevaba de un lado para otro de la boca con nerviosa presteza. Ya se le había quitado el gran temor que la hermana de su padre le infundía.

Batiste aguantó el disparo con calma, como hombre acostumbrado á tales discusiones, y sonrió socarronamente: Bueno: pos por ser , rebajaré poco. ¿Quieres ventisinco? El gitano extendió sus brazos con teatral indignación, retrocedió algunos pasos, se arañó la gorra de pelo ó hizo toda clase de extremos grotescos para expresar su asombro.

¡Pero niña! ¿has tomado en serio la broma? exclamó sonriendo con afectada alegría. ¿ no sabes que estamos amarraditos y sentenciados á cadena perpetua? ¡Quita! ¡quita! exclamó la joven poniéndole la mano en el pecho para rechazarlo. Sólo que me duele el alma de aguantar tus necedades y que no las aguanto más tiempo.

De noche, sobre todo, tomaba estruendosas perras, berreaba mucho y no dejaba que ni donna Olimpia, ni Teletusa, ni el corsario, pegasen los ojos. El corsario, durante tres noches, lo aguantó todo por galantería; pero en la noche cuarta, se puso tan nervioso y tan frenético que apenas nos atrevemos a decir lo que hizo, tanto es el horror que nos causa.