Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 24 de junio de 2025
Las manos de la duquesa, enrojecidas por un frío muy vivo, se escondían bajo su chal. Al andar, arrastraba los pies, no por indolencia, sino por el miedo de perder los zapatos. Por un contraste que hemos podido observar más de una vez, la miseria no había afeado a la duquesa, que no estaba pálida ni delgada.
El grave tono y suave firmeza con que subrayó estas palabras la sosegaron, como a menudo lo hacía en otros tiempos. Acariciando su delgada mano, dijo después de un corto intervalo: ¿Te ha escrito alguna vez Carolina? Sí, en dos ocasiones, dándome las gracias por algunos presentes; no eran más que cartas de colegiala añadió impaciente, contestando a la interrogadora mirada de Juan Príncipe.
Ahora, Laura, usted me habla con ese modo de intimidad que me gustaba tanto... en las raras veces que usted me la concedía... Pero por la pena de verla tan delgada y con esa carita de enferma, no puedo hacerme toda la ilusión de que la amistad antigua continúa. Es por otra cosa que no puede hacerse la ilusión.
Ambos nos habíamos dado cuenta rápidamente de que el desconocido, aun cuando de contextura más bien delgada, era extraordinariamente muscular. Y este era el hombre que celebraba esas frecuentes entrevistas secretas con Fray Antonio, el grave monje capuchino. Había demostrado que no nos tenía miedo, por la manera audaz con que había venido a vernos, y la franqueza con que nos había hablado.
Ana retuvo un instante en su mano delgada la de Pedro, y con aquellos derechos de señora casada que da a las jóvenes la cercanía de la muerte.
Un relámpago de sorpresa cruzó por las pupilas trasparentes y yertas de Sobrado; mas al punto se plegó su delgada boca, y diríase que le habían cerrado el semblante con llave doble y selládolo con siete sellos. Era otro Baltasar distinto del mancebo gracioso, halagüeño y felino de las horas veraniegas. Amparo notó que representaba diez años más.
Sacramento no era hermosa, sino bonita: pequeña, delgada, extremadamente blanca, los ojos de un azul muy claro, los labios finísimos, tan pobres de color que parecían exangües: los brazos débiles, el talle largo, el pecho apenas pronunciado, todo el cuerpo menudo y grácil, como de adolescente que no ha llegado a su completo desarrollo.
Y después con dedos temblorosos, saqué del interior de la caja el precioso objeto que me había sido legado, la pequeña bolsita usada de gamuza del tamaño de la palma de la mano de un hombre, a la cual estaba unida una delgada pero muy fuerte cadena de oro para poderla colgar del cuello.
Lo que él no tiene es gana de verte el pelo. Amparo dejó caer la cabeza sobre el pecho, y su rostro se anubló con expresión tal de desconsuelo y enojo, que Ana la miró compadecida. Si algún día... si pronto... viene la república... la santa federal... ¡así Dios me salve, Ana... lo arrastro! Ana se echó a reír con su delgada risa estridente.
Aquellos individuos merendaban alegremente, y nos dispensaron una acogida cariñosa, brindando, así que entramos, a nuestra salud. Observé que, en medio de la confianza, don Jenaro infundía cierto respeto a todos. De las tres muchachas, una se llamaba Concha la Carbonera: era delgada, de un rubio ceniciento, mejillas pálidas y marchitas y ojos azules, fieros y desvergonzados.
Palabra del Dia
Otros Mirando