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Quitóse el sombrero y mostróme el rostro: calzaba diez y seis puntos de cara, que tantos tenía en una cuchillada que le partía las narices. Tenía otros tres chirlos, que se la volvían mapa a puras líneas. "Estas me dijo me dieron en París, en servicio de Dios y del rey, por quien veo trinchado mi gesto; y no he recibido sino buenas palabras, que ahora tienen lugar de malas obras.

Sarto me llevó apresuradamente al cuarto del Rey, donde me puse el uniforme de coronel de la Guardia Real, no olvidando preguntar a Sarto, mientras me calzaba las botas, qué había sido de la vieja.

Un comerciante, liberal y nada timorato, tenía depositados en la puerta de aquel centro de recreo un par de zapatos viejos. Llegaba al Casino, calzaba los zapatos de suela rota y subía a probar fortuna. Juraba que jamás llevando botas nuevas le había favorecido la suerte. Venía a ser un jugador de la orden de los descalzos. Entre su fe y cierta maliciosa experiencia le daban ganancias seguras.

Una mañana entró Sabel a la hora de costumbre con las jarras de agua para las abluciones del presbítero, que, al recibirlas, no pudo menos de reparar, en una rápida ojeada, cómo la moza venía en justillo y enaguas, con la camisa entreabierta, el pelo destrenzado y descalzos un pie y pierna blanquísimos, pues Sabel, que se calzaba siempre y no hacía más que la labor de cocina y ésa con mucha ayuda de criadas de campo y comadres, no tenía la piel curtida, ni deformados los miembros.

Y, sin embargo, aquella noche solemne, al contemplar la colcha de flores azules, el doblez humilde y corto de las sábanas limpias, las almohadas angostas y blandas, le pareció que todo aquello le sonreía con su frescura y con su aspecto de íntima familiaridad, mientras él se quitaba las botas y calzaba las babuchas.

El desprecio era porque ignoraba el guaraní y hablaba mal el español, signos evidentes de inferioridad mental. Además, como todos los gringos, tenía los pies enormes y calzaba zapatos que parecían navíos, lo que denuncia un origen ordinario en un país donde los hombres ostentan el pie pequeño y alto de empeine, lo mismo que una dama.

Calzaba abarcas de tres tarugos sobre escarpines de paño pardo, y por debajo del hongo deformado con que cubría la abultada cabeza, caían largos mechones de pelo áspero y entrerrubio, casi el color de su cara sanota y agradable, cuyo defecto único era la mandíbula inferior más saliente que la otra, como la de nuestros Príncipes de la casa de Austria.

Aquí hay un infeliz que se está muriendo. Oyéronse pasos precipitados, aunque pesados. Eran los de un anciano, de no muy alta estatura, cuya faz apacible y cándida indicaba un alma pura y sencilla. Su grotesco vestido consistía en un pantalón y una holgada chupa de sayal pardo, hechos al parecer de un hábito de fraile; calzaba sandalias, y cubría su luciente calva un gorro negro de lana.

Mas si perdonaba a mi tía su elevación en la escala social, se desquitaba sin duda alguna con el prójimo, con las circunstancias y con la vida, porque refunfuñaba siempre. Tenía el semblante áspero de un salteador de caminos, vestía constantemente zagalejo corto y calzaba zapatos bajos, aunque nunca fuera a la ciudad a vender leche, ni trotara su imaginación como la de la lechera de la fábula.

Como la comida fue abundante y se habló mucho y sobre muchas cosas, la sesión fue larga y muy entretenida; de modo que cuando don Claudio Fuertes y don Adrián Pérez dieron los últimos latigazos a la última de las respectivas copas que don Alejandro había ido sirviéndoles con el café, era ya muy bien entrada la tarde; a Nieves, ausente del comedor rato hacía, la calzaba su doncella sus brodequines de campo, de fino becerrillo sin teñir, y la brisa seguía fresca y bien entablada, por lo cual no molestaba fuera el calor, aunque el sol lucía sin el estorbo de una sola nube.