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Actualizado: 25 de junio de 2025


El camino atravesaba este río por un puente de un solo arco; luego remontaba la pendiente opuesta trazando un surco blanco á través de un arenal inmenso, árido y absolutamente desnudo, cuya cima cortaba el cielo sensiblemente á nuestro frente. Cerca del puente, en el borde del camino se levantaba un casucho solitario, cuyo aire de profundo abandono, oprimía el corazón.

El destino se había mostrado con él por demás complaciente, pues obtuvo el triunfo mucho antes de lo que esperaba. Nunca, mientras era humilde guarda general y atravesaba solo los bosques de Val-Clavin, nunca se había atrevido a imaginar que llegaría a lo más alto de la escala administrativa.

Con corta diferencia se hallaba todavía en el estado en que la pinta Cervantes, pues las representaciones se hacían, ordinariamente, sin más aparato que unas cortinas de indiana ó lienzo pintado, pendientes de una cuerda, que atravesaba de una parte á otra la embocadura, á diez palmos de elevación; el foro lo formaba también una cortina de tafetán carmesí, y ésta tenía detrás otra, á distancia de ocho palmos, con lo cual se figuraba algún solio ó cosa semejante.

Instintivamente, marchaban por la acera obscura, como si temieran ser vistos. Torcieron por una calle curva y en cuesta, la misma que atravesaba subterráneamente el corredor pompeyano que horas antes había seguido el príncipe.

Ojalá pudiera yo trasladar aquí algunas cartas suyas, que tengo en mi poder, para que vieran todos que no pudieran los enamorados del mundo y de la carne explicar con más vivas expresiones sus contentos y deseos, cuanto este obrero Evangélico manifiesta los sentimientos de su corazón en los negocios del servicio de Dios; los lamentos y quejas que hace de su mayor enemigo el demonio cuando se le atravesaba, ó hacía se le desvaneciesen sus designios.

Con mucha frecuencia daba a su marido el espectáculo de sus apartes misteriosos con el señor de Sontis; elegía indiscretamente el momento en que su marido atravesaba el patio, para arrojar por la ventana alguna flor de su corpino al oficial de cazadores; quedábase atrás con él, en los paseos a caballo, perdíase en el bosque, y no volvía hasta el caer de la noche en momento en que el barón empezaba a impacientarse, cuando no a inquietarse.

Su pensamiento no estaba en el asunto: teníalo agitado, como siempre, por aquella duda fatal que acibaraba aún más que la dolencia corporal sus míseros días. Con la mirada fija y zahorí del que se acerca a la tumba, atravesaba la hermosa frente de Clementina inclinada sobre el libro y deletreaba confusamente allá dentro sin lograr adquirir la certidumbre que ansiaba.

Y sin embargo, se consideró solo, á merced del destino, expuesto á perecer de hambre; más solo que cuando atravesaba las horrendas alturas de los Andes, las tortuosas cumbres de roca y nieve envueltas en un silencio mortal, interrumpido de tarde en tarde por el aleteo del cóndor.

Era «otro hombre» desde que el sol se había colado en su alcoba como por las rejas de una cárcel, y veía flotar, danzando dentro de la faja luminosa que atravesaba la habitación por delante de su lecho desde el cuarterón de la ventana, las pelusillas y el polvo vagabundos.

La luz roja no venía, y míster Robert siguió su camino y fué a pararse delante de la Bolsa. ¡Cosa rara! míster Robert no bebía vino, y es probado, pero padecía de alucinaciones sin duda; y tal como aquella vez creyó ver las extravagancias, de que se ha hecho mención, ahora, al mirar el edificio con encono, observó, creyó observar, mejor dicho, se le figuró, se le antojó que veía, en la cornisa del frente, sobre la puerta principal, un gran caballo, de piedra o de lo que fuera, con un hombrazo encima, de casco y espada desenvainada, y la adarga caída entre las patas del animal... Y debajo había dos letreros, que era lástima no pudiera leer, como míster Robert, el desgraciado joven rubio, de ojos azules, que en aquel momento, tendido sobre sucias angarillas, atravesaba sin vida los umbrales de una casa de la calle Moreno.

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