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Volvióse el joven, y vió un paje que traía ropa de mesa, terciada en un brazo, en la una mano algunos platos, y en la otra dos botellas asidas por el cuello. ¿Sois vos, señor, el sobrino del señor Francisco Montiño? dijo el paje. Ciertamente, yo soy. Pues bien, á vos vengo. ¿Y á qué venís? A serviros de cenar. ¡Ah!

Asidas de la mano, suelto el cabello, cruzan nuestras praderas siempre inmarchitas, ostentando en su grácil, flexible cuello, perfumados collares de sampaguitas. Y en la paz de los bosques, en donde vuela el céfiro de mayo vertiendo olores, con los ritmos dolientes de una vihuela mezclan la voz sin mancha de sus amores.

No te miro vez alguna Que de su triste fortuna Y próspera no me acuerde: A nadie de vista pierde La envidia, aunque esté en la luna, Aún veo en viles espadas Las cabezas separadas De aquellos ilustres cuellos, Y asidas de los cabellos, En el Alhambra clavadas. Aún corre la sangre aquí, Y aún aquí la envidia aleve Me parece que la bebe. ¡Oh vil Gomel, vil Zegrí! ¿Lloras?

Temible campeón, comentó el príncipe; pero ya se adelanta el bravo de Morel, á pie y espada en mano, arma en que es quizás el más diestro de nuestro reino. Los combatientes se acercaron llevando al hombro y asidas con ambas manos las enormes espadas de combate.

El «», a una proposición de matrimonio, cuando el proponente nos agrada, brota espontáneo, casi sin palabras; lo damos con los ojos, con el movimiento balbuciente de nuestros labios, oprimiendo con el nuestro el brazo del cual vamos asidas en el baile. Esta última actitud, oprimir el brazo, asirnos a él, suele ser la más corriente como reveladora de nuestro gozoso asentimiento.

Don Fernando despartió al cuadrillero y a don Quijote, y, con gusto de entrambos, les desenclavijó las manos, que el uno en el collar del sayo del uno, y el otro en la garganta del otro, bien asidas tenían; pero no por esto cesaban los cuadrilleros de pedir su preso, y que les ayudasen a dársele atado y entregado a toda su voluntad, porque así convenía al servicio del rey y de la Santa Hermandad, de cuya parte de nuevo les pedían socorro y favor para hacer aquella prisión de aquel robador y salteador de sendas y de carreras.

El ingeniero me coge por los hombros, tira hácia atrás, casi me arrastra, y como quien maneja un cadáver, me lleva á la baranda, me inclina el cuerpo, me baja la cabeza y me obliga á mirar, mientras que mis manos estaban asidas fuertemente á los hierros. ¡Es un espectáculo maravilloso! exclamaba con cierto frenesí de artista, un frenesí que le hacia muchísimo favor, que le honraba en extremo; pero que yo no podia comprender, mucho menos que comprender, venerar; y mucho menos que venerar, aplaudir.

¡Socorro, caballero! gritan á un tiempo Soledad y su compañera asidas por aquellos bárbaros. ¿Qué es eso? preguntó el jinete. ¡Á ver si dejáis ahora mismo á esas chicas! Siga usted su camino, señorito, y no se meta donde no le llaman... ¡No sea que se le apee del jaco por las orejas! dijo uno de ellos. ¿Á , granuja? exclamó el caballero apeándose de un salto.

Con los ojos dilatados por el espanto contempló Roger aquella conmovedora escena; el obeso personaje ricamente vestido, el grupo de ballesteros que miraban indiferentes, teniendo asidas las riendas de sus caballos; la viejecilla, tan espantada como él, que esperaba el final del sangriento drama sentada á un lado del camino y por último el malhechor de pie, atados los brazos y pálido como un muerto.

No serían mujeres si no necesitaran alguna vez estar bajo llave. Es frecuente ver dos manos flacas y nerviosas asidas a una reja, y oír la voz ronca de una desgraciada que pide le devuelvan los hijos que nunca ha tenido. Hay una que corre por pasillos y salas buscan do su propia persona. Volvamos al patio de varones pobres. Aquel día faltaba en él Rufete. Creeríase que había crisis.