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Actualizado: 13 de julio de 2025
A Rita le resbalaban por las arrugas de las mejillas unos lagrimones como puños, y, con hipo de sollozos, le decía a la niña: Salvador vendrá en seguida; te llevaremos a Luzmela...; no llores, santa mía, no llores, paloma....
Una noche, al salir Nogueras del Teatro de Apolo, dio con él en la acera de la calle de Sevilla. Iba borracho, más sucio y abandonado que otras veces. Adivinábase en las arrugas de su abrigo y en el abandono de sus ropas que dormía sin desnudarse, allí donde se lo permitían los accidentes de su existencia vagabunda.
El buen anciano, vestido de una sencilla casaca y de un calzón verde, con la cara llena de arrugas y la cabeza calva, escuchaba con los ojos fijos, uniendo las manos y gritando: ¡Dios mío, Dios mío! ¡En qué tiempos vivimos! No se puede andar por las carreteras sin correr el peligro de ser atacado. ¡Esto es peor que las antiguas historias de los suecos! Y el anciano movía la cabeza.
Entre des arrugas se abrió un ojo amarillento, de feroz y estúpida fijeza, un globo empañado y maligno, igual al de las serpientes, que miró hacia el cristal como si pudiese ver más allá de esta muralla de diamante. ¡Me conocen! exclamó Freya con alegría . ¡Yo creo que me conocen!... Y enumeró las habilidades de estos monstruos, á los que atribuía una gran inteligencia.
El erizo de agua es muy semejante al armado, y al erizo. Está armado de espinillas, pero no tan fuertes, ni tan numerosas como las de estos últimos: su piel casi de color gris, y parece llena de arrugas: gruñe como el armado cuando le cogen, y su carne es muy sabrosa: rara vez pesa dos libras, siendo aun menores los que se cogen en los pequeños rios ó arroyos, donde no pasan de media libra.
Entonces, si ustedes hubieran visto al pobre viejo, si le hubiesen visto precipitarse a mí, con los brazos extendidos, abrazarme, apretarme las manos, correr trastornado por la habitación, repitiendo: ¡Dios mío, Dios mío! Reíansele todas las arrugas del rostro. Estaba rojo. Tartamudeaba. ¡Ah, caballero! ¡Ah, caballero! Ibase después al fondo, llamando: ¡Mamette!
Mis sueños cuando apenas muchacho adolescente, Mis sueños cuando joven ya lleno de vigor, Fueron el verte un día, joya del mar de oriente Secos los negros ojos, alta la tersa frente, Sin ceño, sin arrugas, sin manchas de rubor. Ensueño de mi vida, mi ardiente vivo anhelo, Salud te grita el alma que pronto va á partir!
Don Diego advirtió un día que Germana había cambiado, sin perder nada en el cambio. Sus mejillas estaban más llenas y mejor nutridas; todos los huecos de aquel lindo rostro se iban rellenando; las arrugas siniestras comenzaban a borrarse. Un color más sano orlaba su bella frente, y sus cabellos de oro no parecían ya la corona de una muerta.
Vi su rostro tostado y serio, en el que los sufrimientos de ese día habían labrado arrugas profundas y me quedé sumida en una muda contemplación. ¿Qué quieres? ¿Me traes noticias de Marta? ¡Sí, eso es, Marta! Me levanté vivamente. ¡Basta de debilidades! Había recuperado esa fuerza indomable que era mi orgullo. Escucha, Roberto dije, no te marcharás mañana por la mañana.
Me estreché contra él a hurtadillas, diciéndome con ardor: ¡Oh, cómo quisiera cuidarte y velar sobre ti; cómo quisiera hacer desaparecer con mis besos las arrugas de tu frente y las penas de tu alma! ¡Cómo lucharía por ti con toda la fuerza de mi juventud, sin descansar nunca hasta no haber vuelto la alegría a tus ojos y el sol a tu corazón! Pero para eso... Mis miradas se volvieron hacia Marta.
Palabra del Dia
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