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Y Luisa se arrojó en sus brazos, cambiando entre ambos muchos besos. ¡Ah! ¡No me has reconocido, Luisa! ¡Oh, !; ¡oh, !; te he reconocido en seguida, por tus pasos. El anciano Duchêne, con el gorro de algodón en la mano, cerca del hogar, tartamudeaba: ¡Santo Dios!... ¿Es posible?... ¡Pobre muchacho..., cómo viene!...

Entonces, si ustedes hubieran visto al pobre viejo, si le hubiesen visto precipitarse a , con los brazos extendidos, abrazarme, apretarme las manos, correr trastornado por la habitación, repitiendo: ¡Dios mío, Dios mío! Reíansele todas las arrugas del rostro. Estaba rojo. Tartamudeaba. ¡Ah, caballero! ¡Ah, caballero! Ibase después al fondo, llamando: ¡Mamette!

Mal ahogados suspiros brotaban de su pecho, en el cual sentía opresión dolorosa; tenía vértigos, la vista se le nublaba, se le dormían los dedos o notaba en ellos calambres e insólito frío; las imágenes y especies que guardaba su memoria se revolvían en confusión; le dolía la cabeza y hasta se le trababa la lengua y tartamudeaba cuando hablaba con Ramón, su criado.

Y tan afligida como su amiga, estrechaba entre las dos suyas una de sus manos, mientras la de Butrón, sin quitarse el pañuelo del rostro, cual si la vergüenza, al par que las lágrimas, la ahogaran, tartamudeaba: Pepe..., el pobre..., es tan violento...

A todo esto respondía el pesimista Pecson, un gordinflon con risa amplia de calavera, hablando de estrañas influencias, de si el Obispo A., el Padre B., el Provincial C. fueron ó no consultados y de si aconsejaron ó no que metiese en la carcel á todos los de la asociacion, noticia que ponía inquieto á Juanito Pelaez quien entonces tartamudeaba: Carambas, no me metan ustedes...

Pasamos un puente, á cuya izquierda hay un guardia civil: mi mujer se baja del carruaje, besa la tierra, y da un napoleon al guardia, que no quiere tomarlo. Estamos en España. Al oir mi mujer que estamos en España, las órbitas la saltan de los ojos, y tartamudeaba de alegría.

Conque, con pena lo digo, y sin pensamiento de ofenderle, transponga usted, y no vuelva a parecer por esta casa, al menos hasta que cambien las circunstancias, es que cambian algún día, y no cambian, no parezca usted nunca. Don Paco se compungió y se aturdió al oír este discurso y no acertó a dar contestación. Algo tartamudeaba; pero la resuelta Juana no le dejaba decir palabra.