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Actualizado: 13 de julio de 2025
Debía de haber tenido, como mujer, profundo encanto; ahora la histeria había trabajado mucho su cuerpo siendo, desde luego, enferma del vientre. Cuando el latigazo de la morfina pasaba, sus ojos se empañaban, y de la comisura de los labios, del párpado globoso, pendía una fina redecilla de arrugas.
Era su día, era el día de la gran batalla, y componía las arrugas de la frente y la expresión de su mirada lo mismo que un general cuando suena la hora del ataque. No obstante, de vez en cuando dirigía miradas de sobresalto a uno de los rincones del gabinete. En aquel rincón, sentada, con las manos en el rostro, estaba su hermana sollozando.
Durante la serie de las edades, las hiladas de formaciones marítimas ó lacustres que componen la mayor parte de nuestra montaña han llegado á ocupar á gran altura sobre el nivel del mar su posición inclinada y contorneada en arrugas caprichosas.
Y, como nadie se decidía a hacerlo, tuve que esforzarme en reír y hacer lo posible para borrar las arrugas de inquietud que surcaban todas las frentes. Pero casi no encontré eco y por último nos dimos la mano deseándonos buenas noches para retirarnos cada uno a nuestro cuarto, puesto que no sabíamos cómo entrar en materia los unos con los otros.
Vista de arriba, desde la frente en extremo espaciosa hasta la punta de la barba, la cara parecía toda surcada de profundas arrugas. Los cabellos, ya muy raros, estaban blancos junto a las sienes. Toda su persona llevaba impresa las señales de una rápida decadencia.
Era extraordinariamente delgado y bajo de cuerpo; tenía la nariz aguileña, el cabello entrecano y el rostro tan lleno de arrugas, que a primera vista aparecía estar sonriendo continuamente. Al verlo entrar en el estudio, su tío ni se inmutó ni se puso de pie: sólo dijo secamente, dirigiendo involuntaria mirada al retrato de César Borgia que pendía en uno de los muros.
Luego que el parroquiano se presenta, se pone el traje, y va designando al maestro en dónde le está estrecho, en dónde le está ancho, en dónde le hace arrugas, porque no quiere un traje que le haga arrugas, ni que le esté ancho, ni que le esté estrecho.
Al lado del indio, y evidentemente en compañía suya, había un hombre blanco, vestido con una extraña mezcla de traje semi-civilizado y semi-salvaje. Era de pequeña estatura, con semblante surcado por numerosas arrugas y que sin embargo no podía llamarse el de un anciano.
Fué avanzando solemnemente sobre la mesa, y detrás de sus pasos todo el acompañamiento final de graves doctores, que no ocultaban las arrugas y las canas de sus rostros matroniles. El profesor Flimnap corrió á colocar en el centro de la mesa un sillón, que era el mismo que él había ocupado al dar al gigante su lección de Historia.
Pasaba junto a él un niño llevando en un pie una bota de charol y en el otro un zapato rojo, arrastrando la balumba de arrugas de unos pantalones de hombre, cubriéndose la cabeza con una pamela de paja desengomada y con vestigios de flores. No, no era una máscara.
Palabra del Dia
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