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Actualizado: 13 de julio de 2025
Todo en ella era joven, fresco, sonriente; hubiera sido necesario tener muy buenos ojos para descubrir en los ángulos de aquella linda boca dos arrugas imperceptibles, finas como el cabello rubio de un recién nacido, y que ocultaban una ambición insaciable, una voluntad de hierro, una perseverancia china y una energía capaz de todos los crímenes.
El deseo de agradar implica siempre una forma de generosidad. Pero ¿qué decir de las señoras de edad, casadas, con prole, quizá con nietos, que se pintan? Una dama, entrada en años, luchando con el tiempo en su tocador, constituye el espectáculo más grotesco y risible que pueda darse. Las canas y las arrugas ennoblecen a quien sabe llevarlas. ¡Anular el tiempo con afeites!
El coronel... ¿Dónde diablos estará el coronel? Atraviesa las salas de juego, buscando una cabeza de pelo canoso partido en dos secciones brillantes por la raya que se tiende rígida de la frente á la nuca. La ve al fin sobre el respaldo de un diván, entre dos sombreros de mujer, cuatro ojos orlados de luto y unas mejillas con las arrugas rellenas de pasta blanca y pasta rosa.
Un labrador viejo, su mujer trémula de espanto y unos cuantos chicuelos que se ocultaban por los rincones, se habían refugiado arriba, con las señoras, al ver que el agua penetraba en su modesta casa. Rafael entró en el comedor y allí vio a doña Pepita, la pobre vieja, apelotonada en una silla, con las arrugas de su cara mojadas de lágrimas y las dos manos en un rosario.
Pero no; conforme se acerca cuento las arrugas del rostro. ¡Ah! es un joven de sesenta años.
Id: buscad á vuestro ministro, y ved si su cuerpo extenuado, sus mejillas descarnadas, y su pálida frente surcada de arrugas por el dolor, no han sido arrojados allí como vestido de que uno se deshace." Sin duda alguna sus amigos habrían insistido, diciéndole: "Tú eres el mismo hombre"; pero el error hubiera estado de parte de sus amigos y no del ministro. Antes de que el Sr.
»El conde de Pópoli parecía satisfecho de sus proyectos; pero, a pesar de esto, en algunos momentos violentábase para aparecer con un aspecto tranquilo, y, en ocasiones, surcaban su frente imperceptibles arrugas. Contra su costumbre, parecía preocupado por una idea y semejábase a un hombre sumido en profundas meditaciones.
¿Qué hacía él en aquel tiempo? ¿En qué pensaba? ¿Cuáles eran sus esperanzas? Su existencia no tenía objeto; era una existencia vacía, gris. Treinta y cuatro años, ninguna arruga en la frente; ¡pero cuántas arrugas en el alma!
Y no debía de ser feo, ni mucho menos, en aquella época. Aún ahora con su elevada estatura, la barba gris rizosa y bien cortada, los ojos animados y brillantes y el cutis sin arrugas, sería aceptado por muchas mujeres con preferencia á otros galanes sietemesinos. Tenía, lo mismo que yo, la manía de cantar ó canturriar al tiempo de lavarse.
En los pueblos le respetaban como vicario supremo de aquel dios que tronaba en el patio de los plátanos, y los que no se atrevían a aproximarse a éste con sus súplicas, buscaban a aquel solterón de carácter alegre y familiar que siempre tenía una sonrisa en su cara tostada cubierta de arrugas y un cuento bajo su bigote recio tostado por el cigarro.
Palabra del Dia
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