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Actualizado: 13 de junio de 2025
El pelo y el bigote canos; las arrugas, cierta tendencia a dejar caer sobre el pecho la cabeza, y, sobre todo, la mirada débil, como cansada de ver las cosas de este mundo, permitían suponer que tenía más de los sesenta.
Catalina Lefèvre, de pie, a su lado, con un paquete de hilas sobre los brazos, parecía serena; pero de tanto apretar los dientes, dos profundas arrugas surcaban sus mejillas, a los lados de su ganchuda nariz. La anciana tenía los ojos fijos en el suelo y no veía nada. ¡Se ha terminado! dijo el doctor volviéndose.
Julián recordaba a su madre, tan modosa, siempre con los ojos bajos y la voz almibarada y suave, con su casabé abrochado hasta la nuez, sobre el cual, para mayor recato, caía liso, sin arrugas, un pañuelito de seda negra. ¡Qué mujeres! ¡Qué mujeres se encuentran por el mundo!
Emma, que tuvo un mal parto, salió de una crisis de la vida lisiada de las entrañas, con el estómago muy débil, y perdió carnes y ocultó prematuras arrugas.
Entregábase mientras tanto Miranda a la importante tarea de facturar el equipaje, no escaso, compuesto de dos baúles mundos, una sombrerera y un cajón especial de tela y cuero, a propósito para guardar de arrugas el planchado de sus camisas de vestir.
En el techo de esta sección, la cámara del capitán, con vista a todas direcciones, y arriba, allá en la cúspide, como un mangrullo de nuestra frontera, como un nido en la copa de un álamo, la casucha del timonel, donde el práctico, fijos los ojos en las aguas, para adivinar el fondo de sus arrugas, dirige el barco y tiene en sus manos la suerte de los que van dentro.
BEAUVALLON. ¿Y obtienes buenos resultados...? LA CHOUTE. ¡Desde luego...! Durante algunos días borro las arrugas, revoco las fachadas y fabrico juventudes. Después, la edad recobra sus derechos; la cliente vuelve. ¡Qué demonio! Yo no puedo luchar mucho contra el tiempo. Llega siempre un momento en que las viejas son viejas.
Llegó a la N de palo, puso el un pie en la escalera, no subió a gatas ni despacio y viendo un escalón hendido, volvióse a la justicia y dijo que mandase aderezar aquel para otro, que no todos tenían su hígado. No os sabré encarecer cuán bien pareció a todos. Sentóse arriba, tiró las arrugas de la ropa atrás, tomó la soga y púsola en la nuez.
¡Sí señor, un grandísimo bellaco! repitió don Pedro, poniéndose tan encendido que las arrugas de su rostro semejaban los pliegues y abolladuras de un pimiento riojano . Y aquí está D. Pedro del Congosto, para sostener lo que ha dicho, aquí y fuera de aquí en la forma y manera que usted lo crea conveniente. ¡Oh, Sr. D. Pedro! exclamó lord Gray con júbilo . ¡Qué gran placer me proporciona usted!
Verdaderamente no era guapo; su rostro estaba envejecido, mustio, lleno de arrugas; sus ojos no tenían brillo; las gafas le habían dejado una señal roja en lo alto de la nariz. Había en su fisonomía un no sé qué de gris, de muerto, como si no fuera la de un hombre vivo, sino la mascarilla de un cadáver. No parecía ni un espía ni uno de los que los espías se dedican a perseguir.
Palabra del Dia
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