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La tarde en que se terminó la siembra vieron avanzar por el inmediato camino unas cuantas ovejas de sucios vellones, que se detuvieron medrosas en el límite del campo. Tras ellas apareció un viejo apergaminado, amarillento, con los ojos hundidos en las profundas órbitas y la boca circundada por una aureola de arrugas.

Profundas arrugas surcaban las mejillas del caballero, que parecía no tener nada de amable. ¡Este es mi hombre! se dijo el cazador, mientras apoyaba en el hombro la carabina muy despacio. Luego apuntó, hizo fuego, y cuando miró, el anciano oficial había desaparecido.

¡Ah, grandísimo tentador!... ¡Galeoto con mostachos de algas!... ¡Celestina de arrugas verdes!

Para que las canas y las arrugas no te sorprendan ni te espanten, no hay más que un remedio: andar con pies de plomo en la juventud, y acopiar algo de lo que fructifica durante ella, para que nos anime y conforte en las tristezas y soledades de la vejez.

Era el mismo hombrecillo de facciones correctas y mal color que cuando se casó; pero en los últimos doce años se había gastado bastante su naturaleza. Muchas arrugas en la cara; el cabello gris y la barba también; los ojos menos vivos.

Y no debía de ser feo, ni mucho menos, en aquella época. Aún ahora con su elevada estatura, la barba gris rizosa y bien cortada, los ojos animados y brillantes y el cutis sin arrugas, sería aceptado por muchas mujeres con preferencia a otros galanes sietemesinos. Tenía, lo mismo que yo, la manía de cantar o canturriar al tiempo de lavarse.

El otro perdíase bajo un oleaje de arrugas concéntricas que parecían afluir a la cuenca negruzca y hundida. El señor Juan no contestó. Con nervioso impulso corrió a la cocina, llamando a la señora Angustias. Pero mamita, ¿quién es esa mujer, esa tuerta roía que está lavando er patio? ¡Quién ha de , hijo!... Una probe.

Veía en la incoherencia de su adormilado pensamiento a los parientes del obispo incitándolo a que entrase en el baile. «Monseñor: el mar... es el marVeía a Maltrana apostrofando al Océano, el gran tentador: «Galeoto de mostachos de algas... Celestina de arrugas verdes». Y lo mismo que él, repetía: «Seamos miserables. Ya nos purificaremos al bajar a tierra».

Antonia fue a juntar las manos, como momentos antes, invocando otra vez la Sangre de Cristo, tan venerada en Palma; pero de pronto se dilataron las arrugas de su rostro moreno, y rompió a reír... ¡Qué señor tan alegre! Lo mismo que su abuelo. Decía las cosas más estupendas e increíbles con una seriedad que engañaba a las gentes. ¡Y ella, pobre boba, que había creído tales bromas!

Mientras que Kernok expresaba tan libremente su escepticismo, la vieja había estudiado las líneas que cruzaban la palma de su mano. Entonces fijó sobre él sus ojos grises y penetrantes, después aproximó su dedo descarnado a la frente de Kernok, que se estremeció sintiendo la uña de la bruja pasearse sobre las arrugas que se dibujaban entre sus cejas.