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Actualizado: 13 de julio de 2025
Estaba más ganoso que nunca de hablar de los tiempos que fueron, de recordar fechas; los recuerdos de lo pasado se le subían al cerebro como una borrachera. Salud, señor Domingo, salud, señores nos dijo mostrándonos todas las arrugas de su rostro devastado, dilatadas por la satisfacción de vivir.
Garabato, con rápidos movimientos de mano, cambiaba la posición de la banda de seda. En unas vueltas la faja se arrollaba doblada, en otras completamente abierta, y toda ella ajustábase al talle del matador, lisa y como de una pieza, sin arrugas ni salientes.
Ha sido Yégof, el loco Yégof dijo Jerónimo, cuyos ojos grises, rodeados de profundas arrugas y cubiertos de espesas cejas blancas, parecieron fulgurar en las tinieblas. ¡Ah! ¿Estás seguro?... La gente de Labarbe le ha visto subir cuando conducía a los otros. Los guerrilleros se miraron con indignación.
Todos los chiquillos de su escuela, que le aborrecían de corazón, se agolpaban en calles, plazas y balcones, a ver pasar al señor maestro, con su cruz de cartón al hombro y su corona de espinas al natural, que le pinchaban efectivamente, como se conocía por el movimiento de las cejas y la expresión dolorosa de las arrugas de la frente.
El fulgor purpurino de la tarde caía directamente sobre su rostro y hacía resaltar claramente los pliegues y las arrugas que se habían grabado en él durante esos tres últimos años. Penas sombrías parecían asediar su frente; sus ojos habían perdido el brillo y sus labios estaban agitados por un movimiento nervioso en que creí leer a la vez una melancólica sumisión y una impotente rebeldía.
De repente desembocó en la plaza debajo de la ventana, una elegante amazona seguida de un jinete de bello aspecto, a pesar de las arrugas que indicaban en él las mordeduras de la edad y de la vida.
Raro era el disparo que no ocasionase alguna baja en la tropa. La luna iluminaba su rostro altivo y feroz surcado de arrugas. ¿Me conocéis? gritó sin dejar de hacer fuego . Soy don César Pardo, cristiano viejo y carlista de los pies a la cabeza. ¡Eres un ladrón! contestó un soldado. Oye, chiquito; te tiembla mucho el pulso y tus balas pasan muy lejos. ¡Allá va ésa!
Cuando estuvo del todo aparente, volvió la cabeza y se adelantó, despacio, muy despacio, hacia Ramiro. Su rostro, de una extrema palidez de marfil, estaba surcado de hondas arrugas verticales, que iban a perderse entre la barba canosa, barba ensortijada por los dedos nerviosos, durante las horas de meditación. Los párpados estaban recargados de fatiga y de insomnio.
Sus mejillas, hundidas, estaban surcadas de arrugas; pero en su boca, más bien grande que pequeña, había firmeza y brío, y sus labios delgados se plegaban con gracia, prestando animación a toda la fisonomía y dejando ver dos hileras de dientes blancos, sanos y bien puestos. La nariz de don Braulio, aunque no deforme, era un si es no es acaballada o de pico de loro.
«¿Por qué no has aprendido a echarte a su cuello cantando, desde que vuelve a su casa y, con la sonrisa en los labios, a borrar con un beso las arrugas de su frente?
Palabra del Dia
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