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Actualizado: 11 de junio de 2025
Febrer, con la rápida visión que acompaña al ahogado y al moribundo en sus últimos instantes, visión en la que se concentran los fugitivos recuerdos de toda la vida anterior, pensó en su juventud, cuando tiraba a la pistola en el jardín de Palma tendido en el suelo y fingiéndose herido, como un ensayo de ilusorios encuentros. Por primera vez iba a servirle esta caprichosa precaución.
Basilio le oyó bajar las escaleras con paso desigual, atropellado; oyó un grito ahogado, grito que parecía anunciar la llegada de la muerte, profundo, supremo, lúgubre, tanto que el joven se levantó de su silla, pálido y tembloroso, pero oyó los pasos que se perdían y la puerta de la calle que se cerraba con estrépito. ¡Pobre señor! murmuró, y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Y, después de un malicioso suspiro ahogado, añadió: Yo sé: los hombres son así; nos aman y nos descuidan... es su manera de ser... ¡hay que resignarse a tomarlos como son! ¡Ah, María Teresa, María Teresa! rugió sordamente la voz de Juan, ¿por qué juega usted con mi dolor? ¿Por qué ha tenido la crueldad de llamarme? Su alegría me mata... La fisonomía atormentada de Juan tenía una nueva belleza.
Cuando la tenía suspendida a media vara del suelo, sintió ruido en la puerta. Volvió la cabeza aterrado, y un grito ahogado de vergüenza se escapó de su garganta. A la puerta estaban Osuna, D. Martín de las Casas y D. Peregrín Casanova. ¡Ya cayeron los tórtolos! gritó D. Martín con voz estentórea. El P. Gil dejó caer de nuevo a la joven y retrocedió, mirándoles con ojos de espanto.
Quiere seguir a Fausto y cree notar que la mano de él está manchada con la sangre de Valentín; quiere salvarse y se ofrece a su pensamiento que ella ha asesinado a su madre y ahogado a su hijo. En todo el diálogo, cada exclamación, cada frase es una joya poética. El tiempo pasa, y crece el peligro en la demora. Mefistófeles aparece para dar priesa.
Si tuviésemos un amparo de leña encenderíamos una hoguera. No se distingue en esta oscuridad ... ¿Eres tú, Fuso Negro? Si bajaste por este arenal de lobos, acaso sabrás en qué playa echaron las olas el cuerpo de un ahogado. A la media noche llegaron a decírmelo. Batieron en la ventana. No conocí quién era. ¿Inda la mar no quiso darte el cuerpo de Venturoso?
El río, a flor de ojo casi, corría velozmente con untuosidad de aceite. A ambos lados pasaban y pasaban sin cesar sombras densas. Un hombre ahogado tropezó con la guabiroba; Candiyú se inclinó y vió que tenía la garganta abierta. Luego visitantes incómodos, víboras al asalto, las mismas que en las crecidas trepan por las ruedas de los vapores hasta los camarotes.
En el momento de ser pronunciado el «sí» irrevocable que decidía la suerte de Magdalena y la mía, el rumor de un suspiro ahogado me arrancó del estupor en que estaba sumido. Era que Julia sollozaba, oculto el rostro con el pañuelo. Por la noche estaba más triste aún, si cabe, pero hacía esfuerzos sobrehumanos para disimular delante de su hermana. ¡Qué niña tan extraña era entonces!
Por otra parte, doña Manolita, con su charla, su desenvoltura y sus chistes, era el órgano más autorizado y resonante de la opinión pública en Villafría, y doña Manolita, no ya no habiendo el menor motivo, pero aunque le hubiese, no hubiera consentido jamás en que se dijese nada contra doña Luz; hubiera ahogado en sus burlas la voz de la murmuración más descocada.
El júbilo ahogado que revelaba su voz hizo pasar en mis venas una sensación de calor y de bienestar. Creí por un instante que iba a echarme a su cuello y a llorar sobre su hombro para aliviar mi corazón, pero guardé mi reserva: ¿No me esperabais? pregunté, tendiéndole maquinalmente la mano.
Palabra del Dia
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