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El pobre Juan, que siempre había guardado en el pensamiento la quimera de la venida de su hermano, ahogado ahora por la desgracia, comenzó a alimentarla con afán.

Más de una vez, durante la noche, me he despertado, temblando, al pensar que quizá la había ahogado entre mis brazos. Y, finalmente, la he ahogado en realidad. Lo que me convenía era una mujer fuerte y... Espantado se detuvo y dirigió al rostro de Marta una mirada que pedía humildemente perdón; pero yo completé su frase con el pensamiento.

«Abnegación, tu nombre es mujer». Pero yo, que no soy más que un hombre, tengo la quisquillosa susceptibilidad de mi sexo... ¿No pediría usted entonces la mano de una heredera? preguntó la joven valientemente. El capitán bajó los ojos para huir de la clara mirada fija en la suya, y respondió con acento ahogado, pero firme: No, señorita. Hubo un instante de silencio.

¡Ya! Tal era el suspiro ahogado que oprimía el pecho de los dos jinetes que volvían lentamente a la cacería en las primeras sombras del crepúsculo, que no es ya el día y no es todavía la noche, en que el sol se apaga y las estrellas no se encienden todavía, en que pasa un escalofrío helado por los seres y las cosas como el adiós de lo que se va para no volver; en la vaga melancolía de esa estación indecisa que no es ya el verano y no es todavía el invierno; en la que, por una suprema coquetería, el aire se hace más tibio y los últimos rayos del sol más acariciadores; en que la tierra pone sobre su desnudez una alfombra de tonos bermejos como una inmensa piel de león; en las últimas hojas de oro pálido o de cobre rojo parecen desprenderse de las ramas como alas de gigantes mariposas; en que los árboles tienen perfumes más acres; en que la menor florecilla toma aspecto de reina desterrada, en que el viento que sopla entre las ramas parece el último murmullo de los nidos.

Se dicen esas cosas... y después... si te vi no me acuerdo. Su voz se debilitó y murmuró, con cólera, sílabas incomprensibles. En seguida exclamó con aliento ahogado: Los pequeños... tienen hambre... No hay qué comer... Yo no puedo trabajar. No, pobre mujer, está usted todavía muy débil dijo Elena con dulzura. He traído para ellos pan y carne, y para usted caldo y vino.

Por los antiguos romances y por la historia se sabe que aquella lucha a brazo partido, que interrumpió el abad en el convento de los Pirineos, se reanudó más tarde no lejos de allí, y terminó gloriosamente para Bernardo, muriendo ahogado entre sus brazos hercúleos el paladín D. Roldán, pues no era otro quien había luchado con él, cuando los dos eran novicios.

Aburrido, se había replegado en el fondo del carruaje, mirando distraído el ir y venir de la gente, mientras todas estas ideas se embarullaban en su imaginación. ¡Y cosa rara! así como el ahogado, en su tremenda agonía, ve el desfile, con pasmoso relieve, de los hechos de su vida entera, que pasa ante su mente, con sus alegrías y tristezas, como proyección fantástica de una linterna mágica, Esteven, un ahogado de la suerte, veía ahora su pasado y el camino tortuoso recorrido, tan claramente, como pudiera ver, desde lo alto de una torre, la senda extraviada de la montaña, en pleno día.

Encaminó sus pasos a la calle del Ave María, y entró un poquillo avergonzado en la taberna, haciendo como que se sonaba, al atravesar la pieza exterior, para taparse la cara con el pañuelo. Estrecho y ahogado es aquel recinto para la mucha parroquia que a él concurre, atraída por la baratura y buen condimento de los guisotes que allí se despachan.

No, no... repuso ella con la voz blanca, esquivando la boca en pesados movimiento de su cabellera. Al fin, al fin echó la cabeza atrás y cedió cerrando los ojos. ¡Ah! ¡Para qué haber resucitado un instante, si mi potencia viril, si mi orgullo de varón no revivía más! ¡Estaba muerto para siempre, ahogado, disuelto en el mar de cocaína!

Salvajes mugidos, aullidos plañideros, estertor y gritos de ahogado, crujidos y lamentos de la pobre nave, que vuelve á revivir como cuando estaba en su bosque y se queja antes de exhalar el último suspiro, todo ese horroroso concierto no impide oir el cordaje que se complace en imitar los agudos silbidos de las serpientes.