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Vergonzosa sería la victoria del que saliese vivo de aquí, y más vergonzoso el término de quien aquí quedase muerto o herido. La poca vergüenza contestó Pedro Carvallo feroz y groseramente es la de esas viles palabras con que tratáis de disimular vuestra cobardía. Defendeos o mataros he como a un perro. Pedro Carvallo se abalanzó entonces con furia contra Morsamor.

No había aún el cura salido del patio, cuando mi tía se abalanzó sobre mi sacudiéndome el hombro hasta la dislocación. ¡Bachillera, atrevida! voceó, ¿qué has hecho para que el cura se haya ido tan pronto? ¿Por qué se enfada usted le repliqué, si no sabe de lo que se trata? ¡Ah! ¿Conque yo no ? ¿Conque no he oído lo que le decías al cura, desfachatada?

Mi señora y yo le hemos ayudao mucho... La salida fue triunfal. La muchedumbre se abalanzó sobre Juanillo, como si fuese a devorarlo con sus expansiones de entusiasmo. Gracias que estaba allí el cuñado para imponer orden, cubrirle con su cuerpo y conducirlo hasta el coche de alquiler, en el cual se sentó al lado del novillero.

Pero al mismo tiempo ella se irguió igualmente; quedaron sus ojos á idéntico nivel, y como si quisiera completar la reciente caricia, se abalanzó sobre el príncipe, le tomó la cabeza entre sus manos y le besó la frente. Una oleada de perfume carnal, semejante á la otra que le había envuelto al recibir la sábana en pleno rostro, volvió á conmover su organismo.

Y se abalanzó al rostro del enfermo, besando la sudorosa frente. Pero la máscara barbuda y lívida que asomaba por el embozo de las sábanas permaneció inmóvil. El viejo prorrumpió en sollozos. Se acabó.... Esto es cosa hecha. Ya me lo ha dicho uno de los médicos, pero necesitaba verlo para convencerme.

Ante esta pena tan sincera del hombre que le había educado, Mauricio se abandonó á su emoción: se abalanzó á Roussel, le estrechó entre sus brazos, le obligó á sentarse en una butaca, se colocó en un taburete cerca de él, le cogió la mano y, llorando también, dijo: Basta, mi querido padrino; ni una palabra más ... Usted no me conoce ... ¡yo, abandonarle! ¡Dejarle acabar su vida, que espero será todavía muy larga, sin aprovechar la dicha de su continua presencia! ¿Cómo ha podido usted pensarlo? ¡Preferiría renunciar á todas las mujeres de la tierra, mejor que causar á usted una pena ... Usted llora, mi bueno y único amigo, por mi causa.... Es la primera vez y será la última ... Tranquilícese usted; jamás haré nada que le atormente ni que siquiera le disguste; sería un ente desnaturalizado si pensase en otra cosa que en complacerle.

Lo que usted quiera, pero esto es así y no de otro modo. Por lo tanto, no dejaré a usted sacar ni un centavo del Banco. Me someto, porque me falta la firma; pero en cuanto a registrar la caja, ¡venga usted a impedírmelo! De una manotada cogió el llavero de sobre el pupitre y se abalanzó a la caja de hierro. Míster Robert le dejó hacer.

; orar por mi alma respondió Dorotea. Y juntó las manos, las cruzó y dobló la cabeza sobre el pecho. En aquel momento resonaron voces en la calle y luego el choque de espadas. Don Juan sintió un terror vago y se abalanzó á Dorotea y la levantó en sus brazos. La joven se abandonó en los brazos de don Juan y le sonrió de una manera embriagadora. ¡Oh! ¡no me olvidarás! exclamó.

Durante todo este coloquio, doña Inés miraba por la claraboya, y a menudo sentía la comenzón de tomar parte en él, hablando desde allí; pero el temor de lo ridículo enfrenaba su lengua. Don Andrés perdió entonces su circunspección y su calma. No pudo contenerse más. Ámame dijo. Y se abalanzó a Juanita y la ciñó con fuerza entre sus brazos.

Al ver á Antonio pegado á la reja de su querida, á pesar del escaso interés que ésta le inspiraba, no pudo reprimir un movimiento de ira; se abalanzó para ordenar al cochero que parase; pero, sosegándose repentinamente, se encogió de hombros exclamando: ¡Ps! ¡Buen provecho!... Todos los cerdos saben el camino de sus pocilgas.