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Actualizado: 28 de mayo de 2025
El corral, el establo, las pocilgas, eran obra de su padre; y aquella montera de paja, tan alta, tan esbelta, con las dos crucecitas en sus extremos, la había levantado él de nuevo, en sustitución de la antigua, que hacía agua por todas partes.
Pero huía de ella, acogíase a la piedad, y visitaba con celo apostólico y ardiente caridad las moradas miserables de los pobres hacinados en pocilgas y cuevas; llevaba el consuelo de la religión para el espíritu y la limosna para el cuerpo; solían acompañarla doña Petronila Rianzares o alguna otra dama de su cónclave; pero también iba sola.
Pues bien, el alcázar, que así nos figuramos tiene vastísimos subterráneos, o sótanos por donde los sabios experimentales van andando y escrudiñándolo todo. Allí están las caballerizas, las pocilgas y los tinados, no pocos almacenes para trastos viejos, habitaciones capaces para la servidumbre, cocinas, fregaderos, bodegas, despensas y otras oficinas por el estilo.
Los fumadores de opio llevan á las cajas del Estado no pocos millones y se comprende, pues estando estancado el opio, y contrabando fumarlo fuera de los sitios, mejor dicho pocilgas destinadas al efecto, el vicio sale muy recargado, y por lo tanto muy caro.
De vez en cuando, un conejo asomaba a la puerta del tugurio sus orejas desmayadas, huyendo con medroso trote a la más leve voz, temblándole el rabillo sobre las posaderas sedosas, y de las lejanas pocilgas llegaban ronquidos de fiera, revelando una lucha de empellones de grasa y mordiscos traidores en torno de los barreños de bazofia.
Y muchas gracias como él decía con su resignación de labriego por no haberle enviado a mendigar en los caminos, permitiéndole que viviese en el cortijo con su compañera, a cambio de ocuparse la vieja del cuidado de las aves que llenaban el corral y de ayudar él al encargado de las pocilgas que se alineaban a espaldas del edificio. ¡Hermoso final de una vida de incesante trabajo, con la espina quebrada por una curvatura de tantos años escardando los campos o segando el trigo!...
Al ver á Antonio pegado á la reja de su querida, á pesar del escaso interés que ésta le inspiraba, no pudo reprimir un movimiento de ira; se abalanzó para ordenar al cochero que parase; pero, sosegándose repentinamente, se encogió de hombros exclamando: ¡Ps! ¡Buen provecho!... Todos los cerdos saben el camino de sus pocilgas.
Palabra del Dia
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