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¿Y es usted quien viene a hablarme de honor? Vamos, la cosa no es para tanto. Una broma inocente que en nada puede perjudicar a la muchacha... No prosiga usted, coronel, a no ser que me tenga usted por un villano desalmado. Si no quiere que su Rey se pudra en su prisión de Zenda mientras Miguel y yo nos disputamos aquí lo que vale más que la corona... ¿Me comprende usted bien? , adelante.

-No -dijo don Fernando-, no ha de ser así: que yo quiero que Dorotea prosiga su invención; que, como no sea muy lejos de aquí el lugar deste buen caballero, yo holgaré de que se procure su remedio. -No está más de dos jornadas de aquí. -Pues, aunque estuviera más, gustara yo de caminallas, a trueco de hacer tan buena obra.

En usted, señorita, he encontrado el ideal de la mujer soñada por todo hombre deseoso de ver reunidos el encanto, la inteligencia, la belleza y la elegancia. Usted es la más seductora, la más... ¡Basta, por favor! no prosiga en su enumeración... Vea que me río para no mostrar mi confusión, mi...

Esto todo será que yo prosiga mi viaje, no con aquel contento con que le comencé, sino con toda melancolía y tristeza. ¡Oh buen hermano mío, y quién supiera agora dónde estabas; que yo te fuera a buscar y a librar de tus trabajos, aunque fuera a costa de los míos! ¡Oh, quién llevara nuevas a nuestro viejo padre de que tenías vida, aunque estuvieras en las mazmorras más escondidas de Berbería; que de allí te sacaran sus riquezas, las de mi hermano y las mías! ¡Oh Zoraida hermosa y liberal, quién pudiera pagar el bien que a un hermano hiciste!; ¡quién pudiera hallarse al renacer de tu alma, y a las bodas, que tanto gusto a todos nos dieran!

En un instante cualquiera, aun supuesto el movimiento, la contigüidad ó el lleno existirán; pues el estado de la cuestion supone que esta condicion nunca falta como metafísicamente necesaria; luego nunca habrá razen para que el movimiento prosiga, pues en todos los instantes imaginables, no habrá motivo para que continúe.

-Y esto lleva camino -dijo el cura-, y prosiga vuestra majestad adelante. -No hay que proseguir -respondió Dorotea-, sino que, finalmente, mi suerte ha sido tan buena en hallar al señor don Quijote, que ya me cuento y tengo por reina y señora de todo mi reino, pues él, por su cortesía y magnificencia, me ha prometido el don de irse conmigo dondequiera que yo le llevare, que no será a otra parte que a ponerle delante de Pandafilando de la Fosca Vista, para que le mate y me restituya lo que tan contra razón me tiene usurpado: que todo esto ha de suceder a pedir de boca, pues así lo dejó profetizado Tinacrio el Sabidor, mi buen padre; el cual también dejó dicho y escrito en letras caldeas, o griegas, que yo no las leer, que si este caballero de la profecía, después de haber degollado al gigante, quisiese casarse conmigo, que yo me otorgase luego sin réplica alguna por su legítima esposa, y le diese la posesión de mi reino, junto con la de mi persona.

Confiadamente me atrevo ya á suplicaros que prosiga vuestra dignación los favores de vuestro gran padre, para lo que nos basta sólo que admitais benigno esta breve noticia de nuestras fatigas; que bien se yo y sabemos todos los Jesuitas, que la sombra sólo de vuestro augusto nombre, templará nuestros afanes, enjugará nuestros sudores y hará que respetuosa aun la envidia de tanta fortuna, pronuncie y para como aplausos y alabanzas, aun lo que aprenda y conciba como dicterios y calumnias.

Manda decir a vuestra merced que prosiga su viaje, e se quite las barbas, e camine mucho, mucho, ocultando su nombre. Luego, bajando los párpados y ruborizándose bajo el polvo blanquecino que velaba su rostro, agregó que ella venía a ponerse a su servicio y que estaba dispuesta a seguirle como paje, adondequiera que fuese.

En cambio, don León acogía con indulgencia y agrado los primeros vagidos de mi musa: escuchábalos atentamente y los proponía, como dignos de imitarse, a los discípulos. No pocas veces, leyéndole alguna composición, se sintió interesado vivamente hasta el punto de acercar más la silla, inclinar el cuerpo y exclamar con vehemencia: «¡Prosiga, querido, que me deleita

Finalmente, por abreviar el cuento de mi perdición, digo que yo rogué y pedí a mi hermano, que nunca tal pidiera ni tal rogara...» Y tornó a renovar el llanto. El mayordomo le dijo: -Prosiga vuestra merced, señora, y acabe de decirnos lo que le ha sucedido, que nos tienen a todos suspensos sus palabras y sus lágrimas.