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En novelas, en poesía lírica, en libros de filosofía, de historia y de otros asuntos, puede un autor prescindir de la corrupción literaria de su tiempo, de la rudeza y del corto saber de sus contemporáneos y de sus tonterías y extravagancias, y componer su obra para un público eterno; para que la posteridad la aplauda, haciéndole justicia: para que gente más instruída y estéticamente mejor educada le comprenda y le admire, allá en los siglos que están por venir, ó bien para que en el día un cortísimo número de personas discretas, refinadas y doctas, se deleiten leyéndole y saboreando todos los primores de fondo y de forma que hay en su producción literaria, convirtiéndola para el vulgo profano en el libro de los siete sellos.

Y después de estos razonamientos tan juiciosos, como doña Inés no pagaba a Juanita sino lo que cosía, y no le pagaba, para no humillarla, ni las horas que empleaba leyéndole libros ni el tiempo que perdía escuchando sus disertaciones, resultaba doña Inés, por obra y gracia de lo mirada que era, tenía lectora y auditorio y acompañante de balde.

Leyéndole, no había más remedio que creer que el vino de Jerez era tan indispensable como el pan, y que los que no lo bebían estaban condenados a una muerte próxima. Mira, Fermín, hijo mío decía con entonación oratoria. ¡Qué hermosura de viñas! Me siento orgulloso de prestar mis servicios a una casa que es dueña de Marchamalo.

El espejo no, porque ninguno tenían en su casa. Sería un espejo interior, clarísimo, en que ven las mujeres su imagen propia y que jamás las engaña. Lo cierto es que Amparo, que seguía leyéndole al barbero periódicos progresistas, pidió el sueldo de la lectura en objetos de tocador.

Lo cierto es que los escozores le llegaron tan al alma, que, sin poder contenerse, se alzó del diván. Entonces Leticia, leyéndole en la actitud lo que le estaba pasando por dentro, quiso salvar su ociosa imprudencia, si es que la había cometido, que yo no lo , cambiando súbitamente de aspecto y diciéndole con la mayor serenidad y sin levantarse: ¡Si no hemos concluido todavía!

Quien en él se coloca, en vez de ganarse las voluntades y de fomentar la afición á los antiguos libros españoles, infunde al vulgo, á la gente de mundo semi-ilustrada, miedo y hasta repugnancia, no falta de fundamento, porque si alguien lee un libro que el crítico le ponderó como un primor, lleno de ingenio y de gracia, oro de Tíbar de poesía, etc., y se aburre leyéndole y le halla tonto é inaguantable, creerá que con todos los demás libros que le pondere el crítico le sucederá lo mismo, y no leerá ninguno, y tendrá vehementes sospechas de que no es muy divertida la antigua literatura española.

Y leyéndole embelesado, llegué a sumirme en un cúmulo de reflexiones que, empalmándose por un extremo en la monótona insulsez de toda mi vida mundana y embebiéndose enseguida en el espectáculo en que se recreaban mis ojos, se remontaban después sobre las cumbres altísimas que limitaban el horizonte a mi espalda, y aún seguían elevándose a través del éter purísimo por donde suben las plegarias de los desdichados y los suspiros de las almas anhelosas del Sumo Bien.

¿Cómo había yo de olvidarme de García de Resende? respondió el interrogado . Yo no podía olvidar a uno de mis mejores amigos, cuyo Cancionero además, regalado por él, hace mi delicia y me vale, leyéndole, para conservar y perfeccionar en mi alma la lengua portuguesa, que fue la primera que hablé.

De cada mil personas que citan, por ejemplo, a Homero como al primer poeta épico, diez a lo más, en los países cultos, le han leído, y de estas diez, nueve se han aburrido o dormido leyéndole: una sola ha gustado acaso de aquellas bellezas y excelencias.

En cambio, don León acogía con indulgencia y agrado los primeros vagidos de mi musa: escuchábalos atentamente y los proponía, como dignos de imitarse, a los discípulos. No pocas veces, leyéndole alguna composición, se sintió interesado vivamente hasta el punto de acercar más la silla, inclinar el cuerpo y exclamar con vehemencia: «¡Prosiga, querido, que me deleita