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Señora, mi pícaro sastre murmuró Pacorrito, creyendo que una mentirilla pondría á salvo su decoro, no me ha acabado la condenada ropa. Aquí te vestiremos indicó la noble dama. Los lacayos de aquella extraña mansión eran monos pequeños y graciosísimos. De pajes hacían unos loros diminutos, de esos que llaman Pericos, y varias pajaritas de papel. Estas no se apartaban un momento de la señora.

No tenía ni un botón, y me dejó en el apuro, sin querer decirme dónde guarda su tesoro. Y eso que anduvo el palo; porque a las hembras, el pan en una mano y la vara en otra... ¡Si las conoceré yo, que he tenido cinco!... De jóvenes, unos pericos verbeneros, sin otro afán que dar gusto al cuerpo y faltarle a uno; de viejas, borrachas y agarradas al perro chico, aunque su hombre vaya en cueros.

Creí pillarle en lo que llaman el «Palacio de Cristal», un chamizo donde se juntan los golfos con todos los plumeros y pericos que esperan a los soldados cerca de los cuarteles... Tampoco le vi... Y anoche, hablando en los Cuatro Caminos con un chico de Zamora que sirvió conmigo y está en Orden público, supe el paradero del granuja.

Componían el festín pedacitos de mazapán, pavos más chicos que pájaros y que se engullían de un solo bocado, filetes y besugos como almendras, un rico principio de cañamones y un pastel de alpiste á la canaria, albóndigas de miga de pan á la perdigona, fricasé de ojos de faisán en salsa de moras silvestres, ensalada de musgo, dulces riquísimos y frutas de todas clases, que los pericos habían cosechado en un tapiz donde estaban bordadas, siendo los melones como uvas y las uvas como lentejas.

Servían los pericos y las pajaritas tan bien y con tanta precisión como los soldados que maniobran en una parada á la orden de su General. Los platos eran exquisitos, y todos crudos ó fiambres. Si la comida no disgustó á Migajas al comenzar, pronto empezó á producirle cierto empacho, aun antes de haber tragado como un buitre.

Son los pericos, los papagayos, las guacamayas, la torcaz, el turpial, las aves enormes y pintadas cuyo nombre cambia de legua en legua, bulliciosas todas, alegres, tranquilas, en la seguridad de su invulnerable independencia.

Hay que perdonarla replicó Maxi con humorismo , porque no sabe lo que se hace... Y si la fuéramos a condenar, ¿quién le tiraría la primera piedra? Vamos ahora a los pericos, que ya están alborotados. «La lógica exige su muerte pensaba Rubín colgando cuidadosamente una jaula en que había muchos nidos . Si siguiera viviendo, no se cumpliría la ley de la razón».

Las damas prorrumpieron en gritos, y la Princesa se desmayó. Pero no aplacado con esto el fiero Migajas, sino, por el contrario más rabioso, arremetió contra los insolentes, y, empezó á repartir estacazos á diestra y siniestra, rompiendo cabezas que era un primor. Oíanse alaridos, ternos, amenazas. Hasta los pericos graznaban, y las pajaritas movían sus colas de papel en señal de pánico.

Algo como la locura de una orgía ó el estrépito de un claustro de colegiales aturde en ese santuario alegre de los gayos turpiales, mirlos; toches, pericos, loros, guacamayos y demas análogos, que forman con sus plumajes pintorescos una interminable y movible sucesion de arcos iris, de sombras y luz, y tienen una gran sonata de mil flautas y flajolés en desacuerdo.