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En el parque había muchos árboles blancos, los fresnos y los laureles en los cuales habitaba una multitud de zorzales y de mirlos durante todo el otoño; y más lejos se destacaba un grupo de añosas encinas el árbol que se despoja el último y reverdece el primero; que hasta en diciembre conservaba su rojiza hojarasca, cuando todo el bosque parecía muerto; que asilaba en sus nidos a las urracas y ofrecía elevado lugar de reposo a las aves de alto vuelo; en cuyas ramas se posaban los primeros cuervos que el invierno atraía al país.

Algo como la locura de una orgía ó el estrépito de un claustro de colegiales aturde en ese santuario alegre de los gayos turpiales, mirlos; toches, pericos, loros, guacamayos y demas análogos, que forman con sus plumajes pintorescos una interminable y movible sucesion de arcos iris, de sombras y luz, y tienen una gran sonata de mil flautas y flajolés en desacuerdo.

Eran los mirlos y las currucas ocultos en la espesura de la Patriarcal, único refugio de follaje en medio de las yermas colinas.

Los mirlos, esos pájaros que se hacen oír los últimos en aquella hora avanzada les contestaban con sus silbidos extraños y entrecortados, semejantes a ruidosas carcajadas.

Su pequeño corazón se encogió de susto, y avergonzado volvió á ocultarse entre el follaje. La luz crecía por momentos. Á los trinos aflautados de los mirlos respondía el grito estridente de los gallos. En el establo mugieron las vacas. Allá lejos, entre la espesura de las pomaradas, ladraron los perros guardianes.

Entre aquellos árboles revoloteaban bandadas de espléndidas aves; papagayos del tamaño de faisanes, con los picos amarillos; otros, de plumaje rojo y negro y largas colas amarillas, pertenecientes a la especie de los charmasira papúa; promerops superbi, gruesos como pichones, y con el plumaje negro, tan fino que parece de terciopelo, y la cola larga y ancha adornada de un extraño penacho rizado; cicinnuros regii, del tamaño de mirlos, y las plumas de los colores más hermosos que pueden imaginarse.

Cuando la comprara, hacía más de veinte años, constituíanla unos cuantos prados y un bosque donde pastaban las vacas y cantaban los malvises, jilgueros y mirlos. Don Rosendo principió por desterrar esta colonia indígena y substituirla por otra extranjera. El ganado del país fué proscripto trayendo en su lugar otro de Suiza.

Especialmente, su sargento primero, un parisiense que siempre está de broma, pone la carne de gallina con sus chanzonetas. ¡Un naufragio!... Pues, si es la cosa más divertida un naufragio. Salimos del paso con un baño frío, y después nos conducen a Bonifacio, a comer mirlos en casa del patrón Lionetti. Y los «tiralíneas» ríe que te reirás...

La planta baja y el primer piso están ocupados por el barón únicamente, que disfruta sin compartirlo con nadie un vasto jardín, limitado por otros jardines, y poblado de urracas, mirlos y ardillas que van y vienen de ése a los otros en completa libertad, como si se tratara de habitantes de un bosque y no de ciudadanos de París.

Le habían enseñado algunos capítulos del catecismo como se enseña a los mirlos a silbar cualquier tonadilla; pero siempre profesó los sentimientos más cristianos. Jamás abusó de sus fuerzas contra las personas ni contra los animales; evitaba las querellas y recibía con frecuencia coscorrones, sin devolverlos jamás.