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Cuando le ocurría el tener que faltar a aquella misión de casi todos los días, que ella cumplía con el entusiasmo de un médico que se sacrifica, al otro día me pedía excusa como si se tratara de una falta. Había llegado a no saber si debía aceptar la dulzura de tan terrible socorro. Sentía deslizarse en tales perfidias que ya no me era dado discernir en qué medida era culpable o desgraciado.

Se la atribuían hasta perfidias de tan mala casta, que rayaban en crueldades. Serían o no serían ciertas: la marquesa cree que , porque tuvo grandes y especiales motivos para no dudarlo.

Figúrate una conferencia entre un señor que quiere salvar a Francia y su pobre mujer... Cada uno de sus desengaños recaerá en la desgraciada... Cada meeting fracasado será una ocasión de recriminaciones... Cada speech interrumpido constituirá un motivo de discordia... Y los artículos de los periódicos... Y los ataques personales... Y las perfidias de los amigos políticos... Figúrate el despertar por la mañana: «¡Ah! amiga mía, La Linterna se va a meter conmigo» «No, amigo mío.» « , siento que voy a recibir alguna cosa desagradable.» «Pero mi pobre Teodoro, te alarmas sin motivo.» «Pues si no es La Linterna, será La Acción.» «Nada de eso, está tranquilo.

En la segunda fase de aquella etapa de su vida, todo era esperanzas: habíanle trazado con sombrías tintas el plano de la revuelta arena del mundo. «Aquí abajo no hay, le dijeron, sino males y perfidias; pero serás de los que tienen por misión encadenar el dolor a la esperanza de la dicha.» A pesar de no considerar completos los ejemplos que se le ofrecían, todo lo que aprendía, sus vigilias y desvelos, cuanto intelectualmente se asimilaba, venía a compendiarse en una palabra de amor divino, que le hubiera hecho fijar los labios en la escrófula del enfermo, si esto bastara para curarla, entusiasmo capaz de llevarle a los campos de la guerra para acallar con su rezo la maldición del desgraciado y dar alas al alma del creyente moribundo.

No hay buena fe, no hay amistad, no hay gratitud, no hay generosidad, no hay virtud sobre la tierra; todo es egoismo, miras interesadas, perfidias, traicion, mentira. Para tanto padecer, ¿porqué se nos ha dado la vida? ¿dónde está la Providencia, dónde la justicia de Dios? dónde?....»

Quiero decirle de una vez para siempre lo que pienso de su carácter y de sus perfidias. Si no resulta tan comprometido en compañía de Jenny Hawkins, que tengamos que dejarle arreglárselas con el comisario. Pedro de Vesín movió la cabeza. ¡Ah! el mozo es muy fuerte para que pueda usted reducirle tan fácilmente. Está metido en una partida de tal índole, que se defenderá con furor.

Roma la sangrienta ha dejado recuerdo cargado con todas las maldades imaginables: arrasó ciudades á millares, destrozó hombres á millones, se hartó de todas las riquezas terrestres, fué la reina del antiguo mundo por infamias innumerables; por perfidias y por violencias, y á pesar de todos sus crímenes todavía se ha calumniado á misma, tomando á una loba por abogada y madre.

Allí habían privado grandemente en épocas anteriores el duque de Alagón, Lozano de Torres, Chamorro, Tattischief y otros memorables personajes de los seis años que siguieron á la vuelta de Valencey. Alguna vez los ministros eran favorecidos con su admisión en aquel recinto de perfidias y adulación, y allí las sonrisas de Fernando para sus secretarios eran siempre siniestras.

Los odios, las perfidias, la usura y la incontinencia representaban en sus correspondientes teatros la mas trágica escena, y perdido el pudor se transgredian las leyes sagradas y civiles con escándalo reprensible.

Á juicio de M. Mignet recreció la saña de Felipe II la aparición del libro de las Relaciones, que por toda Europa denunciaba sus perfidias y crueldades.