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No, pero uno de los sobrinos de Chambol, Pedro de Vesín, es fiscal. Vesín es un muchacho muy distinguido y puede darnos un buen consejo. Le he conocido niño y me quiere mucho. Iré á verle. Es lo mejor. Marenval tuvo un momento de vacilación y luego preguntó: ¿Está usted satisfecho de ? Asombrado, sencillamente. No lo hubiera creído capaz de tal denuedo.

Era Pedro de Vesín, que entraba. El fiscal se aproximó sonriente á miss Maud y le besó la mano. Saludó al gracioso grupo de mujeres y apoyándose en la chimenea, dijo: El cuadro que se acaba de trazar es halagüeño, pero tiene un reverso que es preciso mostrar. En la carrera artística, como en las demás, entra por mucho la suerte.

Pues bien, dijo Tragomer; si nuestros esfuerzos son vanos, tendremos, al menos, la tranquilidad de haber cumplido con nuestro deber. ¿Verdad, Marenval? , querido amigo. Lo que acabo de oir á Vesín, me decide por completo. Yo estaba un poco dudoso, lo confieso, aun después de las seguridades que usted me había dado.

¡Silencio! dijo el visitante sonriendo; nada de nombres ni de cargos, amigo, si á usted le parece. Y siguiendo á su guía, bajó á la cámara. Era Pedro de Vesín, que sin duda no iba por primera vez al Magic, pues conocía perfectamente el camino.

Si su infamia ha sido tal como la sospecha Tragomer, me reservo el derecho de juzgarle y de castigarle. Tragomer bajó la cabeza. Es justo, dijo, y nada tengo que contestar. En cuanto á Lea Peralli, continuó Jacobo, no esperaréis mucho tiempo sin saber á qué ateneros. Mañana mismo tendremos una solución. Vesín y Marenval se levantaron.

Llegaron en este momento al boulevard Magenta, donde habían tomado la precaución de dejar el coche, y Tragomer dijo á Marenval: Ahora, tenemos que habérnosla con la magistratura. Usted me ha hablado de ver á Pedro Vesín y estoy pronto á dar ese paso... Hace veinte años que le conozco y de levita ó de toga, no me da miedo. ¿Cuándo quiere usted verle? Cuanto antes, mejor. Marenval miró el reloj.

Y yo les doy mi palabra de olvidar en seguida lo que haya sabido. Tragomer y Vesín se estrecharon afectuosamente la mano. El vizconde encendió un cigarrillo y dijo con tanta calma como si se tratase de una expedición de placer: Como usted comprenderá, el negocio para nosotros es no asustar á los verdaderos culpables.

Soltero, rico, apasionado por lo bello, buen poeta á sus horas, unido en amistad con todos los pintores notables y literatos célebres de París, Pedro Vesín había hecho de su casa un brillante centro, en el que se daban cita, los domingos, todos los aficionados de buen gusto y los artistas distinguidos. Las comidas de la calle de Matignon eran célebres.

Un solo collar de perlas rodeaba su cuello y una peineta de brillantes chispeaba en su cabellera castaña. Con expresión imperiosa y casi amenazadora paseó una mirada por el auditorio como si buscase á los que debían atacarla y al que había prometido defenderla, y sus ojos pasaron sin detenerse por Marenval, Tragomer y Vesín, para detenerse interrogadores en Sorege.

Las cinco. Ya no estará en el palacio de Justicia. Vamos á su casa, ¿quiere usted? Excelente idea. Calle de Matignon, dijo Marenval al cochero. Cuando Tragomer dijo á su compañero que no temía á Pedro Vesín ni de levita ni de toga, sabía de quién hablaba.