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Su corredor le esperaba después de la primera rueda; si la baja se acentuaba, la operación se realizaría con una no despreciable ganancia. No había de hacer siempre el perdidoso... Pues vamos allá, a ver si logro pescar algunos clientes, que se me escurren como anguilas.

Quince días serían pasados, según es pública voz y fama, que el asno faltaba, cuando, estando en la plaza el regidor perdidoso, otro regidor del mismo pueblo le dijo: ''Dadme albricias, compadre, que vuestro jumento ha parecido''. ''Yo os las mando y buenas, compadre -respondió el otro-, pero sepamos dónde ha parecido''. ''En el monte -respondió el hallador-, le vi esta mañana, sin albarda y sin aparejo alguno, y tan flaco que era una compasión miralle.

En resumen: Perico, que tenía movimientos vivos y locuacidad inagotable, pero de hielo la cabeza, de tal suerte entendió las marchas y contramarchas, retiradas y avances de la empeñada acción que todos los días se libraba en el Casino, que después de varias fortunitas chicas, vino a caerle un fortunón, en forma de un mediano legajo de billetes de a mil francos, que se guardó apaciblemente en el bolsillo del chaleco, saliendo de allí con su paso y fisonomía de costumbre, y dejando al perdidoso dado a reflexionar en lo efímero de los bienes terrenales.

Así que al punto que el perdidoso le habló de su desgracia, la morisca le consoló con la noticia de que ya el papel estaba en sus propias manos, que no fué menos que volver el alma al cuerpo de aquel pobre y restañar la herida por donde sospechaba él que perdiera su hacienda, y con ella la vida.

Quiso jugar el dinero; no quería Lope; pero tanto le porfiaron todos, que lo hubo de hacer, con que hizo el viaje del desposado, dejándole sin un solo maravedí; y fué tanta la pesadumbre que desto recibió el perdidoso, que se arrojó en el suelo y comenzó a darse de calabazadas por la tierra.

Pícaramente; ciento sesenta pesos he perdido. ¿Y a usted? Peor todavía; adiós... Ni siquiera nos contestó el perdidoso. Hombre, si no has jugado le dije a mi primo, ¿cómo dices?... Amigo, ¿qué quieres? Conocí que me venía a preguntar si tenía suelto. En su vida ha tenido ciento sesenta pesos, la sociedad es para él una especulación; lo que no gana lo pide...

Consolábale Sancho, y, entre otras razones, le dijo: -Señor mío, alce vuestra merced la cabeza y alégrese, si puede, y gracias al cielo que, ya que le derribó en la tierra, no salió con alguna costilla quebrada; y, pues sabe que donde las dan las toman, y que no siempre hay tocinos donde hay estacas, una higa al médico, pues no le ha menester para que le cure en esta enfermedad: volvámonos a nuestra casa y dejémonos de andar buscando aventuras por tierras y lugares que no sabemos; y, si bien se considera, yo soy aquí el más perdidoso, aunque es vuestra merced el más mal parado.

Viendo, pues, que no parecía, dijo el regidor que le había visto al otro: ''Mirad, compadre: una traza me ha venido al pensamiento, con la cual sin duda alguna podremos descubrir este animal, aunque esté metido en las entrañas de la tierra, no que del monte; y es que yo rebuznar maravillosamente; y si vos sabéis algún tanto, dad el hecho por concluido''. ¿Algún tanto decís, compadre? -dijo el otro-; por Dios, que no la ventaja a nadie, ni aun a los mesmos asnos''. ''Ahora lo veremos -respondió el regidor segundo-, porque tengo determinado que os vais vos por una parte del monte y yo por otra, de modo que le rodeemos y andemos todo, y de trecho en trecho rebuznaréis vos y rebuznaré yo, y no podrá ser menos sino que el asno nos oya y nos responda, si es que está en el monte''. A lo que respondió el dueño del jumento: ''Digo, compadre, que la traza es excelente y digna de vuestro gran ingenio''. Y, dividiéndose los dos según el acuerdo, sucedió que casi a un mesmo tiempo rebuznaron, y cada uno engañado del rebuzno del otro, acudieron a buscarse, pensando que ya el jumento había parecido; y, en viéndose, dijo el perdidoso: ¿Es posible, compadre, que no fue mi asno el que rebuznó? ''No fue, sino yo'', respondió el otro.

Siguiose a esta escena la de un jugador perdidoso que había perdido el último centavo, y necesitaba armarse para volver a jugar. Dejó un reloj, tomó diez, firmó quince, y se despidió diciendo: Tengo corazonada; voy a sacar veinte onzas en media hora, y vuelvo por mi reloj.