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En resumen: Perico, que tenía movimientos vivos y locuacidad inagotable, pero de hielo la cabeza, de tal suerte entendió las marchas y contramarchas, retiradas y avances de la empeñada acción que todos los días se libraba en el Casino, que después de varias fortunitas chicas, vino a caerle un fortunón, en forma de un mediano legajo de billetes de a mil francos, que se guardó apaciblemente en el bolsillo del chaleco, saliendo de allí con su paso y fisonomía de costumbre, y dejando al perdidoso dado a reflexionar en lo efímero de los bienes terrenales.

Glorias son estas en verdad, i dignas de ser loadas; pero no de ocupar en las historias no solo el lugar preferente, sino toda la atencion de los lectores, con minuciosas noticias de las marchas i contramarchas de los ejércitos, del asiento de los cercos i planta de los campos militares, de los asaltos hechos á las ciudades, de las embestidas de los enemigos en campo abierto, ó entre ásperas sierras i montañas, del número de los muertos i heridos, i de otras cosas que molestan los entendimientos por ser tan repetidas i tan enfadosas.

Las marchas y contramarchas nos dejan tan rendidos, que casi nos parece preferible entrar en acción a vagar por trochas y vericuetos. No qué es peor, si ir perdiendo poco a poco la vida, destrozada por la fatiga y el cansancio, o exponerse a que acabe todo de una vez.

Si la historia enmudece ó dice pocas palabras sobre las marchas y contramarchas que los cambios de climas han impuesto á los pueblos, basta en cambio con mirar, para ver cómo responde la diferencia de los hombres en las laderas opuestas de casi todas las montañas, á la diversidad de temperatura y de medio ambiente.

Hacía dos horas que Juan Claudio marchaba a buen paso, imaginándose la vida del campamento, el vivaque, las descargas, las marchas y contramarchas, toda aquella existencia de soldado que tantas veces había echado de menos y que veía ahora volver con entusiasmo, cuando a lo lejos, a mucha distancia aún, envuelto en la sombra del crepúsculo, descubrió la mancha azulada del caserío de Charmes, su pobre casita que deshacía en el cielo blanco una madeja de humo casi imperceptible, los jardinillos rodeados de empalizadas, los tejados de madera, y, a la izquierda, a media ladera, la gran finca de «El Encinar», con la fábrica de aserrar del Valtin al fondo, en el barranco ya en sombra.