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Entre la fábrica de aserrar y la primera hoguera, en la compuerta de la esclusa, se hallaba sentado el zapatero Jerónimo de San Quirino, un hombre de cincuenta a sesenta años, de cara larga y curtida, ojos hundidos, nariz gruesa, orejas cubiertas con un gorro de piel de nutria y barba rubia y puntiaguda que le llegaba hasta la cintura.

Tan vanidoso, tan enamorado de su persona y de gustar á las damas, que al quedarle en la pierna un hueso saliente después de ser herido en el cerco de Pamplona, se lo hizo aserrar, para que no se notase bulto alguno en las altas y elegantes botas que entonces se llamaban botas polidas... Urquiola es joven, y rebosa en él la energía, el exceso de expansión y de fuerza que ha puesto al servicio de Dios.

Lo único de notable que respecto á industria hemos visto en Zamboanga es una fábrica de aserrar maderas que un laborioso español, sargento licenciado de aquel Ejército, explota con gran inteligencia y no escaso provecho.

La casa no tenía puertas sino en la pieza que habitaba mamá, pues como había dado desde el principio en tener miedo, no hice otra cosa, en los primeros días de urgente instalación, que aserrar tablas para las puertas y ventanas de su cuarto.

Sólo te quería decir que ya que no me acabes el piso, me des siquiera unas vigas viejas que tienes en tu solar de la calle de Relatores... Ayer fui a verlas. Si me las das, yo las mandaré aserrar... Vaya por las vigas, que no son viejas. ¡Si están medio podridas! ¡Qué han de estar!

Juan Claudio y Marcos Divès se conocían desde la infancia; juntos habían ido a coger nidos de gavilanes y mochuelos, y desde entonces continuaban viéndose casi todas las semanas, por lo menos una vez, en la fábrica de aserrar del Valtin.

Hay que figurarse la antigua fábrica de aserrar, con su amplio techo plano, su pesada rueda llena de témpanos, su ancha barraca débilmente iluminada por una hoguera, cuya luz disminuía al acercarse el crepúsculo, y alrededor del fuego gorros de piel, sombreros de fieltro, negros perfiles mirándose unos por encima de otros y apretándose como si formaran una muralla; a lo lejos, en los claros de los bosques y en las anfractuosidades de la cañada, se veían otras hogueras que iluminaban grupos de hombres y mujeres agazapados en la nieve.

Algunos alcaldes de pueblo, con casaca y sombrero de picos, se dirigieron a la fábrica de aserrar llamando a sus concejos respectivos para deliberar. Pero, afortunadamente, el carro de Catalina Lefèvre apareció, por fin, en el camino y mil gritos de entusiasmo se elevaron en seguida por todas partes. ¡Aquí están! ¡Aquí están! ¡Han llegado!

Hullin se acordaba siempre con entusiasmo de sus campañas de Sambre y Mosa, de Italia y de Egipto. Pensaba a menudo en ellas, y muchas veces, al caer la tarde, después del trabajo, se dirigía a la fábrica de aserrar del Valtin, ese lóbrego edificio, construido con troncos de árboles sin desbastar, que podéis ver allá, al fondo del desfiladero.

Llegó el caso de haber de despedir dos de ellos, por haber ya aprendido a aserrar otros de Santa María; ninguno de los cuatro quería ser despedido, todos querían continuar, sin acobardarse del fuerte trabajo de la sierra, y les causó mucho sentimiento cuando los despidieron.