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Y corrió presuroso á su gaveta, cogió un legajo y se lo entregó á doña Paulita, que lo tomó del peor humor del mundo. Cayósele de la mano, recogiólo con presteza el predicador, y se lo volvió á dar diciéndole: ¿Pero está usted mala de veras? Veo que no puede usted tenerse en pie. Le tengo dicho que es bueno hasta cierto punto el ayuno, y nada más ... y usted siempre en sus trece....

Inútil es decir, que el bienaventurado legajo 116 no contenía, como los precedentes, sino el vano polvo de los siglos. A las doce en punto, la anciana señorita vino á tomar mi brazo y me condujo ceremoniosamente á un pequeño jardín festoneado de boj, que forma con un pedazo de la pradera contigua, todo el dominio actual de los Porhoet.

Desgraciadamente, esos archivos son muy ricos y el palomar está lleno de ellos desde el techo hasta el sótano. Ayer, había ido muy temprano á casa de la señorita Porhoet, con el fin de acabar antes de la hora de almorzar el examen del legajo núm. 115, que había comenzado la víspera.

El señor deán de la catedral de..., muerto pocos años ha, dejó entre sus papeles un legajo, que, rodando de unas manos en otras, ha venido a dar en las mías, sin que, por extraña fortuna, se haya perdido uno solo de los documentos de que constaba.

Como se puede ver, en este legajo consta perfectamente que después de vender su finca, bajo condiciones inesperadas, quedarán todavía usted y su hermana adeudando á los acreedores de su señor padre, la suma de cuarenta y cinco mil francos. Quedé verdaderamente aterrado con esta noticia, que excedía á mis más avanzados cálculos.

Os digo que no, que no y que no exclamó Montiño poniéndose lívido de miedo ; si vos sois un infame, yo no quiero serlo y no lo seré. Urge aprovechar el tiempo, el asunto es importante y te voy á revelar lo que sólo sabemos Lerma y yo; voy á convencerte de que Lerma es mi esclavo. Mira. El bufón sacó de su pecho un legajo de papeles, le desató y, desdoblando uno de aquellos papeles, le dijo: Lee.

He soñado anoche continuó, que este legajo contiene la llave de mi tesoro español. Me dejará usted, pues, muy agradecida, no difiriendo su examen. Terminado este trabajo, me hará el honor de aceptar una comida modesta que pretendo ofrecerle bajo la sombra del pabellón de mi jardín. Me resigné, pues.

Epílogo. Cartas de mi hermano La historia de Pepita y Luisito debiera terminar aquí. Este epílogo está de sobra; pero el señor deán le tenía en el legajo, y ya que no le publiquemos por completo, publicaremos parte: daremos una muestra siquiera.

El banquero daba órdenes a su secretario para que buscase un nuevo legajo en las diversas piezas que componían su departamento de lujo.

Extendió el brazo, y bajó de su sitio un legajo de no grandes dimensiones; lo desató cuidadosamente y repasó los expedientes que contenía, hasta dar con un edicto del Santo Oficio, escrito en recio papel de Génova y encabezado con la consabida fórmula de «Nos los Inquisidores de la Fe contra la herética bravedad etc». Algún tiempo tardé en descifrar su contenido, sacando en conclusión, que el 15 de Agosto del año de 1614, fué denunciado como brujo, ante el Santo Oficio de la Inquisición, el Señor don Joaquín de Herrera Goya, dueño de la «Hacienda de Moler azúcar de San Francisco Xavier, Obispado de la Puebla de los Angeles». El temido tribunal citaba a dicho señor a comparecer ante él, por tan horrible cargo, y, en caso de hallarse culpable, sufrir la pena consiguiente.