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Volví a casa, lento y pensativo. En la comida, Camilloff, desdoblando su servilleta, me preguntó mis impresiones sobre Pekín. Pekín me hace sentir muy bien, mi general, los versos de un poeta portugués: «Sóbalos ríos que v

Apenas habrá un espectáculo más original, más extraño y curioso, que estudiar una poblacion como Paris desde la portezuela de un carruaje. Cada calle nueva, cada nueva plaza, cada barrio distinto, cada diferente localidad, se nos presenta como si fuese un lienzo que se va desdoblando de un interminable panorama.

Os digo que no, que no y que no exclamó Montiño poniéndose lívido de miedo ; si vos sois un infame, yo no quiero serlo y no lo seré. Urge aprovechar el tiempo, el asunto es importante y te voy á revelar lo que sólo sabemos Lerma y yo; voy á convencerte de que Lerma es mi esclavo. Mira. El bufón sacó de su pecho un legajo de papeles, le desató y, desdoblando uno de aquellos papeles, le dijo: Lee.

Así lo exigen las buenas prácticas diplomáticas; así viven las naciones armadas hasta los dientes, prontas a despedazarse, pero enviándose embajadores y mensajes afectuosos. La chilena abandonaba el asiento, desdoblando su soberbia estatura para avanzar por la cubierta «con la majestad de la reina de Saba» según Isidro , seguida de un séquito de confederadas.

Por lo demás, le basta con poco para contentar la porción de Alma y Cuerpo de que aparentemente se compone. Hacia mediados de abril, sonríe y dice desdoblando la servilleta: «tenemos el verano encima»; todos concuerdan con él y Pinho goza.

Revolviendo aquella pila de papeles viejos, y huroneando entre ellos; desdoblando alguno que otro documento, y leyendo los nombres de los buques que luengos años ha desaparecieron en el fondo del océano, ó se pudrieron en los muelles, así como los de los comerciantes que ya no se mencionan en la Bolsa, ni aún apenas pueden descifrarse en las dilapidadas losas de sus tumbas; contemplando esos papeles con aquella especie de semi-interés melancólico que inspiran las cosas que no sirven ya para nada, me vino á las manos un paquete pequeño cuidadosamente envuelto en un pedazo de antiguo pergamino amarillo.

Pasaba un señorón con un manto largo adornado de plumas, y su secretario al lado, que le iba desdoblando el libro acabado de pintar, con todas las figuras y signos del lado de adentro, para que al cerrarse no quedara lo escrito de la parte de los dobleces.

Ella, con lento ademán, sacó del bolsillo su breviario diminuto, y desdoblando la hoja que aquel día estaba señalada por la flor marchita, leyó con voz de rezo, un poco temblorosa: «El mundo pasa y sus deleites.... Y así el que se aparta de sus amigos y conocidos, consigue que se le acerque Dios y sus santos ángeles.... Gran cosa es estar en obediencia, vivir debajo de un superior, y no tener voluntad propia....»

Resuelto a extirpar la impiedad que se había enseñoreado de su casa, no quiso demorarlo, y una mañana, como observase que doña Manuela estaba desdoblando el mantón para ir a comprar unos medicamentos, se anticipó a ella y la esperó en una esquina próxima: luego la fue siguiendo por la calle Imperial abajo, y cuando iba a entrar en una botica de la de Toledo, la llamó de cerca: ¡Madre, madre!

Diciendo esto, trajo un pañuelo, y desdoblando una de las puntas despaciosamente, y como si se tratara de la más venerable y santa reliquia, sacó una moneda de plata que puso ante la vista de Santorcaz, sin permitirle que la tocara.