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Hay también víboras de muchas especies, y algunas de mortal veneno, pero no son tantas como se dice, y en los poblados raras veces se ve alguna. En los montes y campos se crían tigres, leopardos, zorras, antas y avestruces, pero por lo regular no molestan a los hombres.

La censura, que hasta los mismos poetas dramáticos han hecho de los servidores impertinentes , que, contra toda verosimilitud y contra las conveniencias del mundo, molestan con su charlatanería en las ocasiones más inoportunas, no alcanza á los graciosos de nuestro autor. Con frecuencia sucede que concentra lo cómico en varios pasajes, no en uno solo, como se hizo luego exclusivamente.

Tratarle á él de pedante era cosa corriente entre los malignos gaceterillos, que molestan siempre á los grandes hombres, como las pulgas al león. La persona del erudito Carranza era tan notable como sus obras.

La travesía del Pacífico no sabíamos lo que nos reservaba. Zaldumbide veía únicamente la manera de desquitarse de sus pérdidas anteriores, y dijo: Si nos molestan los chinos, los echaremos al agua. Zaldumbide no tenía ninguna simpatía por los celestes, y se le había ocurrido que era más cómodo, en caso de necesidad, en vez de echar agua a los chinos, echar los chinos al agua.

Verdad que no molestan, y si a mano viene, cuando piden prórroga, por tenerle a uno contento le dan un destinillo para un sobrino, como hizo el chico de Pez conmigo... pero el materialismo del destino no importa; a lo mejor la pegan y de canela fina, créame usted. Por eso, ya puede venir ahora a tocar a esta puerta, que le he de mandar a plantar cebollino».

Sobreviene al mismo tiempo la justicia, y aprisiona á Don Juan como autor presunto del delito, puesto que se halla al lado del cadáver. La escena inmediata es en la habitación de Don Fernando: Leonarda, su hermana, discurre con su criada acerca de las pretensiones amorosas de un Don Luis de Rivera, que la molestan.

Glorias son estas en verdad, i dignas de ser loadas; pero no de ocupar en las historias no solo el lugar preferente, sino toda la atencion de los lectores, con minuciosas noticias de las marchas i contramarchas de los ejércitos, del asiento de los cercos i planta de los campos militares, de los asaltos hechos á las ciudades, de las embestidas de los enemigos en campo abierto, ó entre ásperas sierras i montañas, del número de los muertos i heridos, i de otras cosas que molestan los entendimientos por ser tan repetidas i tan enfadosas.

Hallada tan buena coyuntura, se les habló con toda eficacia del bien de sus almas y cuánto interesaban en que nosotros los tomásemos á nuestro cargo, pues fuera de conseguir la salvación eterna y vivir como hombres é hijos de Dios, pasarían una vida quieta y libre de todo peligro, obligándose todos los pueblos de los Guaranís á defenderlos de los Mamalucos y Guyacurús, que cada año tanto les molestan.

Encamináronse lo más pronto posible al parador de la silla de posta, que no tardó en llegar. Abrió la portezuela el tío Manolo, y se apresuró a dar la mano a su cuñada, que saltó en tierra con mucha compostura y elegancia. El brigadier, después de abrazar a su hijo, lo presentó a su nueva mamá, quien le dio un beso en la mejilla, reparando poco en él. Era una mujer hermosa, alta, maciza de carnes, el rostro blanco y ovalado, negros y grandes los ojos, pestaña larga, cabello castaño tirando a rubio, derecha de espaldas y cogida de cintura, gallarda y briosa en sus movimientos y un tantico soberbia. Miguel entendió que no había visto nunca nada tan bello, y la expresó su rendimiento mirándola hasta comérsela con los ojos. Terminados los saludos y las preguntas que en casos tales suelen repetirse bastante, se entraron los cuatro en la carretela. Sentose la dama en el fondo a la derecha, y el brigadier a su lado: Miguel y el tío Manolo se acomodaron enfrente. Comprendiendo el buen efecto que en su hijo había causado la mamá que le traía, el brigadier iba muy complacido y estaba harto locuaz; mucho más de lo que acostumbraba. El tío Manolo, por cierto instinto de coquetería que jamás le abandonaba, hacía esfuerzos por mostrarse agudo y chistoso delante de su cuñada, y la abrumaba a galanterías. «Ángela, ¿te molestan las ventanillas abiertas? la decía llamándola por su nombre y tuteándola ya. ¿Quieres que cerremos ésta de la derecha? ¿Llevas los pies fríos? Dame acá esa sombrilla.

Los hay que me molestan poco: los últimos, apenas; me parecen amigos de los que me despedí ayer; pero los antiguos, los de mi primera época, cuando aún me emocionaba y me sentía torpe, esos son verdaderos demonios, que, apenas me ven solo en la oscuridad, desfilan sobre mi pecho en interminable procesión, me oprimen, me asfixian, rozándome los ojos con el borde de sus hopas.