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Merece mención especial la escena, preparada ya por otro suceso, en que Leonarda se arrepiente y entra de nuevo en el buen camino.

Preséntase Don Fernando, y cuenta á su hermana la desgracia ocurrida; sabe que Don Juan ha sido preso por él, y resuelve entonces delatarse, á fin de que no padezca el inocente; Leonarda, sin embargo, lo convence á que aplace por algunos días la realización de su proyecto, porque intenta escribir una carta al prisionero, á quien no conoce, fingiendo ser una dama que lo ha visto al pasar hacia la cárcel, enamorándose de él.

Leonarda, por otra parte, cediendo á razones análogas, ruega á Don Juan que entregue á su amiga Lisena su corazón y su mano; también ella sacrifica su inclinación á la amistad, y los dos amantes generosos se despiden engañados recíprocamente acerca de los verdaderos sentimientos que los animan.

Sobreviene al mismo tiempo la justicia, y aprisiona á Don Juan como autor presunto del delito, puesto que se halla al lado del cadáver. La escena inmediata es en la habitación de Don Fernando: Leonarda, su hermana, discurre con su criada acerca de las pretensiones amorosas de un Don Luis de Rivera, que la molestan.

En época incierta, pero más tardía según la égloga Amarilis , perdió la razón, volviendo a recobrarla antes de su muerte. En 1624 aparece La Circe, obra poética en que Lope narra el conocido episodio de la Odisea, seguido de otros varios poemas y tres novelas cortas dedicadas a la señora Marcia Leonarda. Entre los poemas hay algunas epístolas de gran interés biográfico.

A fines de 1616 estaba Lope en las relaciones más íntimas con doña Marta de Nevares Santoyo, mujer de Roque Hernández de Ayala, hombre de negocios. Amarilis, bautizada también literariamente por Lope con el nombre de Marcia Leonarda, era natural de Madrid y debía tener unos veintiséis años cuando Lope la conoció en un jardín con ocasión de una fiesta literaria.

Las visiones desaparecen, y Leonarda, llena de horror, grita pidiendo auxilio; pero la aparición, que personifica sólo de un modo sensible el trastorno que sufre ya su alma, ha trocado todo su sér, preparándola para el arrepentimiento. Poco después su buque es abordado por uno cristiano, y en la pelea cae á manos de su padre, que manda el buque enemigo.

La carta y el retrato de Leonarda, que recibe el prisionero, lo regocijan hasta el punto de parecerle la cárcel el Paraíso; y si bien ignora el nombre de la dama que le escribe, se enamora de ella ardientemente; crúzanse innumerables billetes entre ambos, y la pasión fingida de Leonarda se convierte en verdadera.

Don Luis, que nada sabe de esto, lo solicita para que hable en su favor á Leonarda, y Don Juan se compromete á realizar su deseo, movido de la amistad que le profesa; luchando, pues, con sus propios sentimientos, habla á su amada de la pureza y fidelidad amorosa de Don Luis, y le ruega que le su mano.

Omitiendo estas aventuras, más á propósito sin duda para la poesía épica que para el drama, declararemos, sin embargo, que el poeta hace alarde de su rica fantasía y de su habilidad y de su ingenio poético al juntar de nuevo á Leonarda con sus padres, con su novio abandonado y con el infiel Don Juan.