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La Inglaterra caerá; pero no caerá sino como cae una masa enorme: caerá como cayó el templo de Belo, como cayó el coloso de Rodas, como cayó el Partenon de Grecia, ó el Capitolio de Italia, como caerán las Pirámides de Egipto; como caen los milagros del hombre. Comimos en el pequeño restaurant de Lóndres, cerca de la fuente de Molière.

D'Ampere, un espíritu no menos sério, ni menos profundo ha dicho á este respecto: «La grande escultura griega, tal como se muestra en la Niobe de Florencia ó en las estátuas del Partenon, es la poesía homérica traducida en mármol. El Dante dibuja sus figuras á la manera enérjica, atrevida y grandiosa de Miguel Angel; y el fresco del Juicio final es un canto del Dante

Los atenienses, sin dinero, sin esperanzas y con una hembra amada a quien sostener, de seguro que lo habrían visto todo gris, aunque cabrillease el sol de los poetas en las aguas del Pireo, aunque brillasen con divina sonrisa los mármoles del Partenón y las aulétridas se pasaran el día soplando en sus dulces flautas. La miseria era un endriago de invencible fealdad.

Lo sabíamos todo...». Y esto ocurre porque nadie en la vida expone la verdad corajudamente; porque el conferencista debía decir el primer día a su público: «Todos ustedes, que viven batallando por el dinero, deben figurarse por qué he hecho yo esta larga travesía, viniendo a una tierra que no tiene el Partenón, ni las Pirámides, ni la Alhambra.

EL Partenón estaba todavía intacto, como en los tiempos gloriosos de la antigua Atenas. El monumento augusto de Minerva, convertido en iglesia cristiana, no había sufrido otra modificación que la de ver una nueva diosa en sus altares, la Virgen Santísima, la Panagia Ateneiotissa.

Pero aquel principio fecundo para la civilización, y singularmente para las artes, que ha engendrado la Iliada, el Prometeo encadenado, la Niobé y el Partenon, que más tarde creó las obras portentosas del Renacimiento, exagerado en la Europa moderna, sacado fuera de sus justos límites, ha traído consigo el desequilibrio y como resultado la decadencia.

Como Teri se marchaba a París, él se fue también, y empezó lo que llamaba Fernando la mejor época de su existencia: una vida de concentración egoísta, una vida a dos, de ceguera y olvido para todo lo que estaba más allá de ellos, cortada por frecuentes viajes emprendidos al azar de una lectura o de un recuerdo histórico. «¡Qué hermoso besarnos entre las columnas del Partenón!» Y emprendían un viaje a Grecia. «¡Qué delicia ver el desierto, los dos juntitos, desde lo alto de las Pirámides!» Y salían para Egipto.

Los que llegan decía Castro entran corriendo: desean sentarse cuanto antes á las mesas de juego. Los que salen todo lo ven obscuro; y aunque el Casino fuese hermoso como el Partenón, lo tomarían por una cueva de ladrones. El príncipe miró á la derecha del edificio, donde quedaba visible una faja de mar cortada por varias palmeras japonesas de tronco estoposo y copa esférica.

Hasta una cajilla de fósforos de a perro chico le derribaría al suelo, atolondrado de pasmo y de sorpresa; pero de seguro que no hallaría entre todas las heteras de París una más discreta, distinguida y guapa que Aspasia, y la Magdalena le parecería una triste parodia del Partenón, y la torre Eiffel un feo y monstruoso engendro.

Tom no se hizo repetir la orden: sacó el hercúleo pecho, tirando de las riendas, con el esfuerzo de aquellos antiguos aurigas esculpidos por Fidias en los frontones del Partenón, de pie sobre un carro, deteniendo con una mano el galope de cuatro caballos.