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El atleta en la fuga de los más briosos ejercicios, el guerrero mientras riñe la más brava batalla, sostenidos por el entusiasmo y por la excitación nerviosa, no sienten su cansancio ni llegan a postrarse. La postración no sobreviene sino después del triunfo. El soldado de Maratón no cayó muerto hasta que dio a los atenienses la nueva de la victoria.

Así no debe extrañar que actores como Zacconi, como Novelli, como Coquelin, esos reyes del gesto que han bordado las perfecciones supremas de su arte, tengan un repertorio pequeño; los Balzac no abundan; la intensidad, grata á los atenienses, generalmente se logra á expensas de la cantidad, que admiran los bárbaros.

Y se ha de notar, que de ordinario solemos creer con facilidad las cosas pasadas, aunque sean falsas, con tal que las leamos en algun Autor que haya sido ingenioso, y haya sabido ponderarlas: cosa que observó Salustio en los Atenienses, como ya hemos dicho.

Le contestaste que a tu juicio los modernos no pueden sentir y comprender el valor de las leyes con la ciencia de los atenienses o los romanos, que las vivían, las dominaban y sabían por eso apartarse de ellas sin apartarse de la justicia. El profesor de Derecho Romano te aprobaba con la cabeza. Pero López Azúa se te quedó mirando como si hubieras dicho el mayor de los disparates.

Al fin se resolvió de hecharles por fuerza, y para esto juntó un poderosísimo exército bien desigual con nuestro corto poder, porque de Atenienses, Thebanos, Platenses, Locrenses, Tocenses, y Magarenses, y ochocientos caballos Franceses, llegó á tener seis mil y quatrocientos caballos, y ocho mil infantes, aunque Montaner quiere que sean mucho mas, pero en este caso me ha parecido seguir á Nicephoro que lo escribe harto difusamente, y pudo tener mas noticia por hallarse mas cerca que Montaner que ya no estaba presente en esta jornada, y el Griego es muy neutral quando no escribe los sucesos de su nacion, sino de las extrañas.

Por ese camino podríamos declarar que los atenienses del tiempo de Platón no eran un pueblo «civilizado», porque no usaban cuello duro ni frac, ni montaban en silla inglesa, como lo deseaba Sarmiento. Todo esto significa que el Facundo subsiste en cuanto es un libro de intuición racial de emoción literaria.

19 Y tomándole, le trajeron al Areópago, diciendo: ¿Podremos saber qué sea esta nueva doctrina que dices? 20 Porque pones en nuestros oídos unas nuevas cosas, queremos pues saber qué quiere ser esto. 22 Estando pues Pablo en medio del Areópago, dijo: Varones atenienses, en todo os veo como más superticiosos;

Los atenienses, sin dinero, sin esperanzas y con una hembra amada a quien sostener, de seguro que lo habrían visto todo gris, aunque cabrillease el sol de los poetas en las aguas del Pireo, aunque brillasen con divina sonrisa los mármoles del Partenón y las aulétridas se pasaran el día soplando en sus dulces flautas. La miseria era un endriago de invencible fealdad.

Su reserva, su exterior modesto y su andar pausado eran un papel aprendido y bien desempeñado para embaucar al pueblo de Atenas, á ese Demos bobalicón que pinta Aristófanes en los Caballeros, como un viejo irascible y sordo que se deja conducir por los charlatanes... ¡Frugalidad!... ¡desprecio de los placeres!... ¡Que se lo pregunten á la milesiana Aspasia!... Pericles fué un corruptor en todos los órdenes, un tirano que saqueó indignamente á los aliados para recrear á los atenienses y tenerlos propicios... Ya ... ¡ya ! añadió con voz sorda y temblorosa que se ha dicho por ahí que yo era partidario de los peloponesos... ¡Es una vil calumnia!

Pero no, antes de vestir la cándida túnica de los neófitos, volvamos á la Grecia por la última vez, y estudiemos el mágico poder de la poesía en uno de sus mas grandes pueblos y de sus mas grandes hombres: Atenas y Solon. Los atenienses, despues de haber sido batidos por los de Megara ciudad dórica decretaron la pena de muerte contra todo el que hiciera una mocion para retornar á Salamina.