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Parece ser que en otro aposento que junto al de don Quijote estaba, que no le dividía más que un sutil tabique, oyó decir don Quijote: -Por vida de vuestra merced, señor don Jerónimo, que en tanto que trae la cena leamos otro capítulo de la segunda parte de Don Quijote de la Mancha.

Y se ha de notar, que de ordinario solemos creer con facilidad las cosas pasadas, aunque sean falsas, con tal que las leamos en algun Autor que haya sido ingenioso, y haya sabido ponderarlas: cosa que observó Salustio en los Atenienses, como ya hemos dicho.

Sus obras carecen de vigor poético, y de aquí que las leamos sin que dejen en nosotros huella alguna, sin conmovernos profundamente ni impresionarnos por largo tiempo.

Mucho ha escrito mi hermano en una sola noche, para tan enfermo como dice mi sobrino que se halla murmuró limpiándose cuidadosamente las narices ; leamos ahora añadió después de haber doblado y guardado su enorme pañuelo blanco. He aquí la carta, á cuya cabeza había una cruz, y debajo las tres iniciales de Jesús, María y José. «Navalcarnero, á 30 de Noviembre del año del Señor de 1610

Apenas oyó su nombre don Quijote, cuando se puso en pie, y con oído alerto escuchó lo que dél trataban, y oyó que el tal don Jerónimo referido respondió: ¿Para qué quiere vuestra merced, señor don Juan, que leamos estos disparates? Y el que hubiere leído la primera parte de la historia de don Quijote de la Mancha no es posible que pueda tener gusto en leer esta segunda.

Pero leamos; y en seguida así leyó el soldado: "Mi buen Antúnez, he llegado con órdenes de Su Majestad a la Aljecira en las galeras de Leiva: vuestras cuentas las he aprobado: no por ellas, sino para asunto de importancia quiero estar a recaudo en esa aldea y en vuestra casa, a hurto de todo curioso, por dos o tres días. Ese billete entregadlo, y vuestra vida me responde de vuestra fidelidad.

No importa; si José Luis llega a quererme, yo le corresponderé. ¡Qué suave y qué raro es el comienzo del primer amor! Siento que pronto me dominará la delicia de adorarlo..." Por favor, Camucha interrumpió Adriana no leamos más, yo por qué te lo digo. Dejemos esto. No, estás loca. ¡Y te has puesto pálida! No tengas miedo, tonta. Después subimos.

¡Ah, pobre Dorotea! dijo Quevedo ; su hermosura y su amor, á pesar de ser tan peligroso, no ha podido haceros olvidar á la hermosa menina. Quisiera que doña Clara oyese, tiene celos. ¡Celos! Como que ama. ¿Y os ha dado esta carta para ? Mirad á lo que por vos me reduzco. ¡Ah! Dios os premie, don Francisco, la ventura que me dais; pero agonizo de impaciencia. ¿Por leer? Pues leamos.